“Por
enemigo que sea de lo que llaman, en Francia, disciplina, reconozco,
con todo, que cierta disciplina, no automática, y si voluntaria y
reflejada, está perfectamente de acuerdo con la libertad de los
individuos, fue y será necesaria, siempre que muchos individuos,
libremente unidos, emprendan un trabajo o una acción colectiva
cualquiera. Esta disciplina no es más que la concordancia voluntaria
y reflejo de todos los esfuerzos individuales para un fin común. En
el momento de la acción, en medio de la lucha, los papeles se
dividen de forma natural, de acuerdo con las aptitudes de cada uno,
apreciadas y juzgadas por toda la colectividad: unos dirigen y
ordenan, otros ejecutan órdenes. Pero ninguna función se petrifica,
ni se fija y no permanece irrevocablemente ligada a una persona. Los
niveles y la promoción jerárquica no existen, de modo que el
comandante de ayer puede ser el subalterno de hoy. Nadie se eleva por
encima de los demás, o si se eleva, es solamente para caer al
instante siguiente, como las olas del mar, volviendo siempre al nivel
saludable de la igualdad. En este sistema, de hecho, ya no hay poder.
El poder se funde en la colectividad, y resulta la expresión sincera
de la libertad de cada uno, en la realización fiel y seria de la
voluntad de todos[…]”
(Mikhail
Bakunin. Imperio Knuto-Germánico)
Si la anterior entrada la dedicábamos a una de las carencias (la falta de trabajo concreto encaminado a hacer posible la transmisión generacional) que con mayor preocupación observamos en general en los colectivos y grupos que pretenden transformar radicalmente la realidad, en esta vamos a incidir en alguna otras relacionadas con la organización. En su momento ya observamos las bases organizativas de los actuales movimientos revolucionarios de Euskal Herria de corte clásico (en general, bastante leninistas, quizá con la excepción de Kimua quien, no obstante, se posicionaba igualmente a favor en gran medida tanto del centralismo democrático como de las vanguardias). En esta ocasión, nos centraremos en textos que, aunque elaborados desde el anarquismo, en los aspectos que vamos a recoger son válidas también para la mayor parte de los movimientos autónomos, asambleario o libertarios, dicho esto desde la experiencia propia, pues son estos el tipo de colectivos y movimientos donde hemos desarrollado y desarrollamos nuestro compromiso militante.
Pero la mirada no se va a centrar en apoyar o defender las formas y filosofía de organización de este tipo de movimientos, sino que, por el contrario, va a intentar fijarse en los aspectos que, a nuestro entender, deberían ser una parte central de la capacidad de análisis autocrítico a desarrollar por esta vertiente del movimiento revolucionario.
Y no lo vamos a hacer basándonos en nuestro propio punto de vista, elaborando nuestra propia (auto) crítica, sino que nos vamos a servir de una serie de textos aparecidos en Regeneración libertaria, que creemos útiles para plantear los mínimos de buena parte de esos necesarios debates, se esté de acuerdo o no con lo que esos textos plantean. Como en esos textos hay, para nuestro gusto, una reiterada autorreferencia a planteamientos anarquistas, en los resúmenes que ofrecemos a continuación hemos llevado un “lijado o limado” de esa autorreferencialidad, para hacerlos más acordes con un planteamiento más amplio.
Los textos en cuestión son, el primero, Forjar el compromiso y la responsabilidad militante, donde se abordan principalmente cuestiones relacionadas con el compromiso o la autodisciplina. El segundo texto, define en su propio título la problemática que aborda: La trampa de la horizontalidad*. Finalmente, y dividido en dos partes (como ha sido publicado) nos encontramos con fragmentos de Contra Toda Derrota, Organización Revolucionaria, que en su primera parte analiza los tipos de estructuras organizativas, y las dinámicas y procesos organizativos. En la segunda parte aborda algunos de los aspectos básicos que deberían tener en cuenta las organizaciones revolucionarias de ese amplio y diverso mundo “antiautoritario”.
Esperando que puedan ser de utilidad, os dejamos con ellos, agradeciendo a las personas autoras (y a quienes las publican y difunden) su esfuerzo por impulsar la indispensable capacidad de autocrítica.
Forjar el compromiso y la responsabilidad militante
Compromiso, autodisciplina y construcción organizativa (…)
La escena es habitual: una asamblea en la que se reparten tareas, muchas manos se levantan, las palabras fluyen con entusiasmo. Una semana después, varias de esas tareas siguen sin hacerse, los compromisos asumidos se diluyen entre excusas personales y silencios incómodos. El ciclo se repite, generando frustración, ineficiencia y, más profundamente, un desgaste colectivo que mina cualquier perspectiva de transformación duradera. ¿Qué ha fallado? ¿Qué nos impide sostener un compromiso militante con continuidad, coherencia y sentido de responsabilidad?
(…) hablar de compromiso, responsabilidad y disciplina ya no puede ser postergado. Es una cuestión política de primer orden. Sin responsabilidad militante no hay acumulación política, y sin acumulación no hay revolución.
(…) persiste aún una confusión nociva: que el compromiso militante es un estado emocional, una motivación volátil, una disposición que depende del entusiasmo momentáneo. Desde esa lógica, asumir tareas es una opción simbólica, y su cumplimiento está sujeto a las contingencias de lo personal. Pero esa visión choca frontalmente con cualquier intento serio de construir poder popular de clase y organización revolucionaria.
El compromiso, en cambio, es un acto político, cotidiano y profundamente ético. Es la decisión consciente de vincularse con un proyecto colectivo que apunta a transformar radicalmente el mundo, y asumir las consecuencias prácticas que ello conlleva. Se trata de entender que las tareas no son deberes técnicos, sino expresiones de una voluntad colectiva que sólo se materializa si hay quienes la sostengan (…)se insiste en que el compromiso se basa en la conciencia del militante respecto a los fines de la lucha, su inserción en las discusiones, su implicación activa en los procesos deliberativos y su disposición a ejecutar lo acordado. El compromiso es, por tanto, la forma viva que adopta la responsabilidad política.
Esa forma no se impone, no se decreta ni se espera mágicamente. Se construye, se cultiva, se ejercita. El compromiso nace de la convicción, pero se sostiene en el hábito: en la práctica consciente de estar disponible, de cumplir con lo que uno asume, de no delegar en otros la realización de lo que acordamos colectivamente.