“Por
enemigo que sea de lo que llaman, en Francia, disciplina, reconozco,
con todo, que cierta disciplina, no automática, y si voluntaria y
reflejada, está perfectamente de acuerdo con la libertad de los
individuos, fue y será necesaria, siempre que muchos individuos,
libremente unidos, emprendan un trabajo o una acción colectiva
cualquiera. Esta disciplina no es más que la concordancia voluntaria
y reflejo de todos los esfuerzos individuales para un fin común. En
el momento de la acción, en medio de la lucha, los papeles se
dividen de forma natural, de acuerdo con las aptitudes de cada uno,
apreciadas y juzgadas por toda la colectividad: unos dirigen y
ordenan, otros ejecutan órdenes. Pero ninguna función se petrifica,
ni se fija y no permanece irrevocablemente ligada a una persona. Los
niveles y la promoción jerárquica no existen, de modo que el
comandante de ayer puede ser el subalterno de hoy. Nadie se eleva por
encima de los demás, o si se eleva, es solamente para caer al
instante siguiente, como las olas del mar, volviendo siempre al nivel
saludable de la igualdad. En este sistema, de hecho, ya no hay poder.
El poder se funde en la colectividad, y resulta la expresión sincera
de la libertad de cada uno, en la realización fiel y seria de la
voluntad de todos[…]”
(Mikhail
Bakunin. Imperio Knuto-Germánico)
Si la anterior entrada la dedicábamos a una de las carencias (la falta de trabajo concreto encaminado a hacer posible la transmisión generacional) que con mayor preocupación observamos en general en los colectivos y grupos que pretenden transformar radicalmente la realidad, en esta vamos a incidir en alguna otras relacionadas con la organización. En su momento ya observamos las bases organizativas de los actuales movimientos revolucionarios de Euskal Herria de corte clásico (en general, bastante leninistas, quizá con la excepción de Kimua quien, no obstante, se posicionaba igualmente a favor en gran medida tanto del centralismo democrático como de las vanguardias). En esta ocasión, nos centraremos en textos que, aunque elaborados desde el anarquismo, en los aspectos que vamos a recoger son válidas también para la mayor parte de los movimientos autónomos, asambleario o libertarios, dicho esto desde la experiencia propia, pues son estos el tipo de colectivos y movimientos donde hemos desarrollado y desarrollamos nuestro compromiso militante.
Pero la mirada no se va a centrar en apoyar o defender las formas y filosofía de organización de este tipo de movimientos, sino que, por el contrario, va a intentar fijarse en los aspectos que, a nuestro entender, deberían ser una parte central de la capacidad de análisis autocrítico a desarrollar por esta vertiente del movimiento revolucionario.
Y no lo vamos a hacer basándonos en nuestro propio punto de vista, elaborando nuestra propia (auto) crítica, sino que nos vamos a servir de una serie de textos aparecidos en Regeneración libertaria, que creemos útiles para plantear los mínimos de buena parte de esos necesarios debates, se esté de acuerdo o no con lo que esos textos plantean. Como en esos textos hay, para nuestro gusto, una reiterada autorreferencia a planteamientos anarquistas, en los resúmenes que ofrecemos a continuación hemos llevado un “lijado o limado” de esa autorreferencialidad, para hacerlos más acordes con un planteamiento más amplio.
Los textos en cuestión son, el primero, Forjar el compromiso y la responsabilidad militante, donde se abordan principalmente cuestiones relacionadas con el compromiso o la autodisciplina. El segundo texto, define en su propio título la problemática que aborda: La trampa de la horizontalidad*. Finalmente, y dividido en dos partes (como ha sido publicado) nos encontramos con fragmentos de Contra Toda Derrota, Organización Revolucionaria, que en su primera parte analiza los tipos de estructuras organizativas, y las dinámicas y procesos organizativos. En la segunda parte aborda algunos de los aspectos básicos que deberían tener en cuenta las organizaciones revolucionarias de ese amplio y diverso mundo “antiautoritario”.
Esperando que puedan ser de utilidad, os dejamos con ellos, agradeciendo a las personas autoras (y a quienes las publican y difunden) su esfuerzo por impulsar la indispensable capacidad de autocrítica.
Forjar el compromiso y la responsabilidad militante
Compromiso, autodisciplina y construcción organizativa (…)
La escena es habitual: una asamblea en la que se reparten tareas, muchas manos se levantan, las palabras fluyen con entusiasmo. Una semana después, varias de esas tareas siguen sin hacerse, los compromisos asumidos se diluyen entre excusas personales y silencios incómodos. El ciclo se repite, generando frustración, ineficiencia y, más profundamente, un desgaste colectivo que mina cualquier perspectiva de transformación duradera. ¿Qué ha fallado? ¿Qué nos impide sostener un compromiso militante con continuidad, coherencia y sentido de responsabilidad?
(…) hablar de compromiso, responsabilidad y disciplina ya no puede ser postergado. Es una cuestión política de primer orden. Sin responsabilidad militante no hay acumulación política, y sin acumulación no hay revolución.
(…) persiste aún una confusión nociva: que el compromiso militante es un estado emocional, una motivación volátil, una disposición que depende del entusiasmo momentáneo. Desde esa lógica, asumir tareas es una opción simbólica, y su cumplimiento está sujeto a las contingencias de lo personal. Pero esa visión choca frontalmente con cualquier intento serio de construir poder popular de clase y organización revolucionaria.
El compromiso, en cambio, es un acto político, cotidiano y profundamente ético. Es la decisión consciente de vincularse con un proyecto colectivo que apunta a transformar radicalmente el mundo, y asumir las consecuencias prácticas que ello conlleva. Se trata de entender que las tareas no son deberes técnicos, sino expresiones de una voluntad colectiva que sólo se materializa si hay quienes la sostengan (…)se insiste en que el compromiso se basa en la conciencia del militante respecto a los fines de la lucha, su inserción en las discusiones, su implicación activa en los procesos deliberativos y su disposición a ejecutar lo acordado. El compromiso es, por tanto, la forma viva que adopta la responsabilidad política.
Esa forma no se impone, no se decreta ni se espera mágicamente. Se construye, se cultiva, se ejercita. El compromiso nace de la convicción, pero se sostiene en el hábito: en la práctica consciente de estar disponible, de cumplir con lo que uno asume, de no delegar en otros la realización de lo que acordamos colectivamente.
(…)
La responsabilidad compartida como principio de organización
Una de las trampas más persistentes en el imaginario libertario es confundir horizontalidad con dispersión, o pluralidad con falta de responsabilidad. (…) una organización sin responsabilidad compartida tiende a colapsar bajo el peso de sus propias buenas intenciones. La informalidad, la falta de seguimiento, la ausencia de mecanismos claros para coordinar tareas, lejos de garantizar la libertad, favorecen la inercia, el personalismo y la reproducción de desigualdades internas.
(…)Eso implica división de tareas, rotación, seguimiento, espacios de evaluación y mecanismos de cuidado mutuo. Implica también un lenguaje claro para hablar de lo que no se cumple, sin culpa pero con firmeza. La crítica entre compañeras no es autoritarismo: es un gesto de amor político. Porque solo a través de la crítica y autocrítica y del debate, se pueden construir organizaciones que duren en el tiempo.
La personalidad militante revolucionaria: entre la coherencia y la entrega
Hablar de personalidad militante revolucionaria puede parecer incómodo para quienes temen reproducir figuras idealizadas o autoritarias. Pero no se trata de un modelo moral, ni de un arquetipo ascético. Se trata de reconocer que la lucha transforma a quienes la sostienen, y que esa transformación implica también un trabajo subjetivo.
Ser militante revolucionario no es sólo participar en reuniones ni cumplir tareas técnicas. Es una forma de vida: una manera de vincularse con el mundo desde una ética de la coherencia, del esfuerzo y del compromiso sostenido. Es aprender a priorizar lo colectivo, a organizar el tiempo, a estudiar, a prepararse, a ceder protagonismo cuando es necesario y asumirlo cuando hace falta. Es una personalidad forjada en la práctica, en el roce con otras, en los aciertos y en los errores, en el sostener una línea política con constancia.
(…)
Las trampas del espontaneísmo y el anti-organizacionismo
(…) la influencia de culturas contraculturales y subculturales, de dinámicas insurreccionalistas sin base social, de formas de militancia basadas en la identidad y no en la inserción popular, ha generado generaciones enteras de activistas sin herramientas para sostener un compromiso duradero.
(…) Combatir esas formas no implica rechazar la diversidad, ni imponer esquemas rígidos. Implica entender que la organización es condición para la libertad, y que sin responsabilidad militante no hay proyecto revolucionario que se sostenga.
Estrategias para cultivar una cultura militante sólida y transformadora
No se nace militante, se aprende a serlo. La organización debe asumir como parte de su tarea central la formación ética, política y práctica de sus miembros. Eso implica:
-Espacios sistemáticos de formación política, donde se estudie teoría, pero también se reflexione sobre las prácticas y se construyan criterios comunes.
-Estructuras claras de distribución de tareas, rotación de roles, seguimiento de responsabilidades y evaluación colectiva.
-Un lenguaje político que permita nombrar, cuestionar y corregir las fallas de compromiso sin caer en la culpabilización moral ni en el silencio cómplice.
Y también formas prácticas más concretas y cotidianas:
-Agendas compartidas y cronogramas accesibles para toda la organización.
-Revisiones regulares de tareas en asambleas breves pero periódicas.
-Apoyos mutuos: nunca dejar sola a una compañera ante una responsabilidad.
-Rondas de cuidado que pregunten: «¿cómo vas con esto?», no como presión sino como respaldo.
-Espacios para reconocer el trabajo bien hecho, visibilizando los esfuerzos que sostienen la organización.
-Cultivar la costumbre de pasar el relevo: si no puedo asumir algo, proponer quién puede.
Estas prácticas no son recetas. Son herramientas posibles, ejemplos concretos de cómo hacer de la militancia una actividad sostenible, cuidadosa, seria y, al mismo tiempo, profundamente humana.
Sin compromiso no hay revolución
La revolución no se improvisa. Se prepara, se organiza, se construye. Y esa construcción empieza por nosotras mismas: por cómo asumimos nuestra parte, cómo nos relacionamos con nuestras organizaciones, cómo cultivamos la constancia, la disciplina libertaria, la coherencia entre palabra y acción.
Hablar de compromiso militante es asumir que la lucha no es sólo un deseo, sino una práctica que exige esfuerzo, cuidado y entrega. Es afirmar que la libertad no se regala: se construye, y que para construirla hace falta más que buenas intenciones. Hace falta compromiso, responsabilidad, y una ética colectiva dispuesta a sostener el proyecto revolucionario en los momentos más duros.
No estamos aquí para acompañar la historia. Estamos para intervenir en ella. Y eso, compañera, empieza por asumir tu parte. No por obligación, sino por convicción. Porque el mundo que soñamos, sólo lo haremos realidad si aprendemos a construirlo, paso a paso, hombro con hombro, desde ahora.
La trampa de la horizontalidad
La trampa de la horizontalidad, en el anarquismo, ha supuesto un lastre de casi medio siglo. Toca ahora deshacerse de ese peso para poder avanzar.
El anarquismo vivencial, y activista, ha enfatizado la experiencia personal, navegando entre lo individual y la pequeña comunidad. La experimentación como medio para lograr ‘vivir la anarquía’, aquí y ahora. Y dejando de lado la responsabilidad colectiva, la ideología anarquista como forma de vida comprometida y militante.
Este enfoque que tiende al individualismo, a menudo puede llevar a que sea un fin en sí mismo, y pretender alcanzar un estado de bienestar personal, o grupal, en un mundo que le es hostil. Una especie de refugio de auto-ayuda, lleno de engaños en lo personal (y en lo colectivo); que al no estar conectados con un proyecto revolucionario se ven encorsetadas a simples experiencias que vivir dentro del capitalismo; o en el mejor de los casos, en sus márgenes.
Pero no sólo ésto, y en lo que respecta al anarquismo revolucionario, éste se ha visto arrastrado por esas inercias hasta encumbrar la falta de organización y dirección, como característica propia del anarquismo. Ya que los individuos priorizan sus propias experiencias sobre la acción colectiva y trayectoria histórica de la militancia anterior.
Esta trampa, como decíamos, ha provocado que el anarquismo, a día de hoy en muchos lugares (sobre todo en el norte occidental) haya ido perdiendo su potencial transformador y revolucionario. Siendo una opción más en el ‘menú ideológico’ de los movimientos sociales y activistas. Relegado a un ideal difuso, reservado a un futuro que nunca llega, ni va a llegar, tal y como se encuentra secuestrado actualmente por las artimañas que aquí se pretenden exponer.
(…) Las comunidades, organizaciones, sindicatos, cooperativas, los colectivos, librerías, ateneos, etc Si no están incrustadas en un proyecto revolucionario, un movimiento, no dejan de ser islas flotando en un mar de capitalismo, sin más potencialidad de transformar que el momentáneo ‘bienestar’ y fugaz sensación de ‘hacer algo’, para sus participantes. O en el peor de los casos alimentar egos que necesitan de su ‘espacio seguro’ para desarrollarse.
Pero, por qué hablamos de horizontalidad si estamos realizando un ejercicio de repaso refiriéndonos a más cosas que, no son estrictamente los intentos de democratizar la toma de decisiones de grupos. Porque intentamos aclarar conceptos que rodean a esta trampa, y la dan un contexto fecundo; y así tratar de entenderla en su conjunto y profundidad.
El contexto de ideas en el cual se producen ciertas elecciones. La horizontalidad, tal y como nos ha llegado, bebe de esas dinámicas. De hecho, procede de las asambleas anti-belicistas de los años 60-70 del siglo pasado (USA vs Vietnam). Con fuerte presencia quakera, y fue adoptada como vía democratizadora de las decisiones de grupos diversos, donde primaba el consenso. Y éste era/es relativamente fácil de alcanzar cuando hay un objetivo claro y delimitado (una campaña, una plataforma reivindicativa, etc).
Al igual que en las comunidades quakeras, en muchos grupos/colectivos, existe una fuerte jerarquía informal y una cohesión de grupo que permite alcanzar supuestos consensos con facilidad. Hacer de esta estrategia un camino único para democratizar una sociedad, o incluso una organización (política, sindical, etc.) amplia, es limitarse a reproducir una tradición táctica sin mayor análisis ni contexto. Sin pensar en las limitaciones de ésta.
En una sociedad compleja, encorsetar la acción al uso de herramientas pensadas para pequeños grupos (o campañas movimentistas), provoca que el imaginario que construimos también quede atrapado en ese marco. ¿Cuántas veces te han dicho: “está bien, pero para pequeños grupos”
(…) La respuesta es multifactorial, aquí sólo nos estamos centrando en un par de síntomas. Señales de esa derrota autoinflingida. El pensar que sólo hay una vía de democratizar las decisiones políticas mediante el asamblearismo.
El asamblearismo, o la horizontalidad, entendida como única forma de toma ‘justa’ de decisiones tiene amplias limitaciones. Quizás no son tan evidentes, como decíamos, en grupos reducidos o con fuerte cohesión. Pero si aspiramos a una transformación social profunda, a una revolución, sí que las tiene.
Pensar las formas más justas que recojan el sentir colectivo, opiniones diversas, las responsabilidades compartidas, rotativas, etc. pasa por explorar formas, y quizás por recuperar otras. Un ejemplo simple: las organizaciones políticas/sindicales que tienen asumida, por las participantes, su línea política, no necesitan pasar cada decisión táctica por una asamblea presencial con todas las personas que la conforman.
Tal vez esto parezca obvio a alguien que ya ha militado en sindicatos de clase, u organizaciones políticas con una línea política definida; pero para un grueso de activistas o anarquistas que se mantienen al margen de ciertas dinámicas porque consideran que éstas llevan a una supuesta ‘jerarquización’ de la cual se ven ‘libres’ por actuar en grupos de afinidad, les puede parecer hasta marciano. Creemos que, en realidad, son ellas las que se ven atrapadas en esas limitaciones autoimpuestas que comentábamos más arriba. Viendo ‘peligros’ por todos lados, pero obviando otros. Y lo peor, sin ser conscientes de las limitaciones, simplemente siguiendo con una tradición reciente en la que se ha convertido esa horizontalidad, sin mayor análisis crítico.
Horizontalidad o caos. Consenso o caos. Esas máximas no verbalizadas son un secuestro para un debate serio y con argumentos que cuestionen la democracia por otras vías. No es muy diferente de quien, desde posiciones de poder, nos secuestra la realidad con ese ‘realismo’ incuestionable: hay que apretarse los cinturones, es la economía, etc.
La liturgia y representación de esa horizontalidad, conforma ya, parte de la suerte de micro-sociedad del espectáculo en la que se puede haber convertido el activismo político.
¿Hemos perdido la capacidad de imaginar otras formas, profundizar en la democracia de nuestros espacios?, ¿no conseguimos prefigurar una sociedad socialista libertaria?
Contra Toda Derrota, Organización Revolucionaria. Parte 1
(…) construir formas de organización que prefiguren una sociedad sin dominación. Sin embargo, esta intención no exime a las organizaciones libertarias de los mismos desafíos que enfrentan otras experiencias colectivas: la concentración informal del poder, la falta de continuidad, la tensión entre autonomía y coordinación, o la dificultad para sostener procesos a largo plazo.
(…)
A diferencia de los modelos verticales, centralizados y autoritarios típicos del marxismo-leninismo o de los aparatos partidarios tradicionales, el anarquismo ha apostado por la descentralización, la autoorganización y la federación de base como mecanismos fundamentales. Sin embargo, la historia del movimiento libertario revela que esta apuesta no está exenta de tensiones internas. El riesgo de caer en la espontaneidad permanente, en el informalismo paralizante o en la fragmentación estéril ha sido ampliamente reconocido por distintas generaciones de militantes. Como señalaba Jo Freeman en su célebre crítica a la “falta de estructuras”[3], la ausencia de organización formal no equivale a igualdad: simplemente encubre relaciones de poder no explícitas.
(…)
Hoy, frente a un mundo marcado por crisis sistémicas —ecológicas, económicas, sociales y políticas—, la cuestión de cómo nos organizamos adquiere una urgencia renovada. La experiencia acumulada de colectivos anarquistas, tanto en el Norte como en el Sur global, evidencia que sin estructuras claras, sin procesos de decisión democráticos pero eficaces, sin vínculos orgánicos con las luchas del pueblo, el anarquismo corre el riesgo de reducirse a una ética de resistencia individual o a una estética marginal. Por eso, repensar críticamente los modelos organizativos no implica renunciar a los principios libertarios, sino, al contrario, hacerlos viables en la práctica cotidiana de la transformación social.
(…)
Tipos de estructuras organizativas
Estructuras informales
La estructura informal ha sido, en muchos casos, una de las formas predominantes en ciertos sectores del anarquismo, especialmente aquellos que privilegian la espontaneidad, la afinidad inmediata o la acción puntual. A menudo asociada a pequeños colectivos, grupos de afinidad o redes descentralizadas, esta forma organizativa opera sin reglas explícitas, sin división formal de tareas ni mecanismos establecidos de toma de decisiones. Su atractivo radica en la flexibilidad, la rapidez operativa y la aparente igualdad entre sus miembros. Sin embargo, esa aparente horizontalidad muchas veces encubre relaciones de poder difusas y difíciles de cuestionar.
Jo Freeman, en su crítica a los movimientos feministas de los años setenta, ya advertía sobre la tiranía de la falta de estructuras: la ausencia de reglas claras no elimina la jerarquía, simplemente la oculta bajo formas informales, donde quienes poseen mayor carisma, experiencia o capital simbólico terminan concentrando influencia sin control ni rendición de cuentas. Desde una perspectiva anarquista, una estructura informal puede funcionar de manera limitada y temporal, pero carece de las condiciones mínimas para sostener una organización revolucionaria a largo plazo. Su debilidad en términos de acumulación estratégica, transmisión de saberes, rotación de responsabilidades y capacidad de respuesta la convierte más en un punto de partida que en un modelo a consolidar.
Estructuras horizontales
Las estructuras horizontales se definen por la distribución equitativa del poder y por el rechazo explícito a cualquier forma de jerarquía fija. En ellas, las decisiones se toman colectivamente, idealmente por consenso, y no existen cargos permanentes ni cadenas de mando. En teoría, esto garantiza la participación igualitaria, la autonomía de cada persona y la rotación de funciones.
(…) Sin embargo, en la práctica, la horizontalidad absoluta enfrenta desafíos importantes. La ausencia de mecanismos claros de coordinación puede conducir a la parálisis organizativa, al exceso de asambleísmo o a una fragmentación que debilita la acción colectiva. Además, cuando no se implementan formas efectivas de rotación, delegación y formación, las mismas personas tienden a concentrar las tareas y las decisiones, reproduciendo jerarquías de facto. La horizontalidad, sin estructura, puede convertirse en un ideal inmovilizador.
(…) En su texto La trampa de la horizontalidad, Regue advierte que buena parte del anarquismo contemporáneo —especialmente en contextos del Norte global— ha caído en una forma de fetichismo horizontalista que, lejos de potenciar la acción transformadora, la encierra en dinámicas autorreferenciales y microgrupales. La ausencia de organización sólida, sostiene, no es garantía de libertad, sino muchas veces el síntoma de una retirada estratégica frente a la complejidad de la lucha social. (…)
Estructuras federativas
(…) Inspirado en las propuestas de Bakunin y sistematizado por Malatesta, el federalismo se basa en la articulación de colectivos autónomos mediante acuerdos mutuos, formando redes de cooperación que permiten coordinar acciones sin centralizar el poder. Cada grupo o núcleo mantiene su soberanía organizativa, pero se vincula a otros en función de principios compartidos, programas comunes y decisiones colectivas tomadas en instancias federales.
Este tipo de estructura permite escalar la organización sin sacrificar la autonomía de base, y ha demostrado su eficacia en momentos históricos clave.
(…) El federalismo, sin embargo, también implica tensiones. La diversidad interna puede derivar en dispersión política si no existe una base programática fuerte; la toma de decisiones colectivas puede ralentizarse por la necesidad de consulta amplia; y la autonomía local puede entrar en conflicto con la necesidad de acción unificada. Por eso, las estructuras federativas requieren no solo acuerdos formales, sino una cultura organizativa compartida, mecanismos de rendición de cuentas, y una clara delimitación de funciones y niveles de decisión.
Centralización estratégica
Aunque el anarquismo rechaza toda forma de autoridad coercitiva, esto no ha impedido que se planteen formas limitadas y temporales de centralización funcional, especialmente en contextos de lucha intensa, represión o emergencia. Esta centralización no equivale a jerarquía: no se funda en el mando, sino en la delegación, y debe ser siempre revocable, con rendición de cuentas ante las bases. Su función es operativa, no ideológica; busca facilitar la acción coordinada sin sacrificar el control colectivo.
(…) La clave en estas experiencias es distinguir entre autoridad funcional1 y jerarquía estructural. La primera puede ser necesaria para la acción eficaz; la segunda contradice los principios anarquistas. Por eso, cualquier centralización estratégica en una organización libertaria debe estar limitada por el contexto, controlada desde abajo, sujeta a rotación y basada en criterios colectivos, no en la concentración permanente de poder.
Estructuras mixtas (…) : aportes, aprendizajes y tensiones para la organización revolucionaria
Estructuras híbridas desde la práctica libertaria
En distintos contextos, especialmente en América Latina, el anarquismo ha ensayado estructuras híbridas que combinan principios organizativos clásicos —como la horizontalidad, la autogestión o la federalización— con mecanismos operativos más flexibles y definidos. (…) por ejemplo, se articulan espacios de base con instancias de coordinación política, asambleas con comisiones de trabajo, y vocerías rotativas con responsabilidad colectiva. Estas formas no buscan mimetizarse con estructuras externas, sino resolver problemas prácticos como la sostenibilidad organizativa, la intervención eficaz o la formación de cuadros militantes. Lo híbrido aquí no es concesión ni eclecticismo, sino el resultado de una praxis que toma en serio los límites de la pura espontaneidad.
Holacracy y la organización basada en roles
Uno de los modelos empresariales contemporáneos que más ha generado debate es el de la Holacracy. Desarrollado como alternativa a la jerarquía corporativa tradicional, se basa en la definición clara de roles funcionales, círculos organizativos interdependientes y mecanismos de toma de decisiones distribuidos. En lugar de una estructura piramidal fija, se organiza a través de equipos autónomos que se relacionan mediante reglas explícitas, bajo el principio de “autoridad distribuida”.
Desde una óptica anarquista, el modelo Holacracy ofrece aprendizajes valiosos sobre cómo estructurar la toma de decisiones y la distribución del poder sin recurrir a jerarquías fijas ni centralización autoritaria. Su propuesta de roles funcionales, círculos autónomos y gobernanza distribuida puede inspirar formas de organización libertaria más eficaces y coordinadas, sin sacrificar la horizontalidad ni la autonomía individual. Al separar las funciones de las personas y promover estructuras dinámicas basadas en la responsabilidad colectiva, Holacracy permite imaginar una autogestión operativa más clara, ágil y adaptable. Sin embargo, para que estas herramientas sean útiles en un contexto revolucionario, deben ser reapropiadas críticamente desde una perspectiva política anticapitalista, evitando su uso como mera técnica de gestión neutra y vaciada de contenido emancipador.
Sociocracia: consentimiento, círculos enlazados y retroalimentación
La sociocracia, desarrollada inicialmente por Gerard Endenburg, también ha sido adoptada por colectivos sociales, escuelas libres y cooperativas. Su principio clave no es el consenso, sino el consentimiento: una decisión puede tomarse siempre que no haya objeciones fundadas. Además, propone una estructura en “círculos” —equipos autónomos pero conectados entre sí—, con roles claros, elección sin candidatos, y mecanismos formales de retroalimentación constante. (…) la toma de decisiones por consentimiento, la existencia de círculos semi-autónomos enlazados mediante delegaciones revocables, la elección abierta de roles mediante argumentos colectivos y los ciclos de retroalimentación constante se alinean con la lógica federalista, horizontal y antiautoritaria (…) La sociocracia ofrece métodos prácticos para distribuir el poder de forma equitativa, fomentar la corresponsabilidad y evitar tanto el caos informal como la concentración de tareas en pocos militantes. Adaptadas críticamente y politizadas desde una perspectiva revolucionaria, estas herramientas pueden fortalecer la capacidad operativa de los colectivos anarquistas sin sacrificar sus valores fundamentales.
Organizaciones Teal y el mito de la autogestión apolítica
El modelo de organizaciones Teal, formulado por Frederic Laloux, propone estructuras basadas en la autogestión radical, la “plenitud” personal en el trabajo y el alineamiento con un “propósito evolutivo”. Estas organizaciones renuncian a la jerarquía formal, promueven procesos internos abiertos, y buscan que las decisiones emerjan desde cualquier punto de la organización.
Pese a su discurso emancipador, este modelo arrastra una carga ideológica peligrosa: la despolitización. Al centrar el conflicto en el desarrollo personal y el “propósito” abstracto, se ocultan las relaciones materiales de poder y se reemplaza la lucha colectiva por el bienestar individual.
(…) Su énfasis en la autogestión radical, en la expresión plena de las personas dentro del espacio organizativo y en la evolución continua del proyecto resuena con la ética libertaria de crear comunidades vivas, horizontales y transformadoras. Si bien carece de una crítica al capitalismo o al Estado, y se expresa en un lenguaje a menudo espiritualizado o postideológico, el modelo Teal puede ser reinterpretado como una invitación a cultivar formas organizativas donde la eficacia operativa no esté reñida con el cuidado mutuo, la creatividad política y la construcción de una subjetividad colectiva emancipadora.
Estructuras flexibles y células autónomas
En algunos movimientos sociales —y también en organizaciones libertarias más recientes— se ha explorado el uso de estructuras celulares o redes de núcleos autónomos coordinados. Esta forma se adapta bien a contextos de represión, permite la multiplicación de iniciativas y evita la dependencia de centros únicos de coordinación. Su flexibilidad, sin embargo, puede volverse fragilidad si no hay mecanismos de articulación estratégica, acumulación de experiencia o coordinación ideológica. La clave aquí está en dotar a lo “flexible” de un horizonte político, que evite caer en la dispersión o la autocomplacencia.
Dinámicas y procesos organizativos a distintas escalas: estructuras libertarias desde lo internacional a lo local
Escala internacional: solidaridad militante, acumulación global y coordinación de luchas
(…) En cuanto a los procesos organizativos en esta escala, el tamaño y la dispersión geográfica imponen condiciones particulares. La toma de decisiones requiere mecanismos de delegación controlada, documentos preparatorios, traducciones, plenarias virtuales o presenciales, y acuerdos basados en principios comunes pero flexibles. La gestión de campañas o intervenciones colectivas debe coordinarse a través de comisiones internacionales, con mecanismos de consulta interna y rendición de cuentas adaptados al ritmo y realidad de cada organización miembro.
En este nivel, más que la velocidad o la ejecución inmediata, importa la sostenibilidad de los vínculos políticos, la claridad estratégica compartida y la capacidad de generar procesos acumulativos. Para el anarquismo revolucionario, una articulación internacional eficaz no significa imponer homogeneidad, sino construir una inteligencia colectiva y una práctica militante global desde el respeto mutuo y el compromiso compartido.(…)
Escala local: arraigo territorial, autonomía concreta y prefiguración
(…) Aquí, las relaciones son cara a cara, las decisiones pueden tomarse de forma inmediata, y la construcción de confianza es el principal capital organizativo. El barrio, el territorio, el espacio comunitario o el grupo de trabajo son el terreno donde se materializan las ideas libertarias en prácticas cotidianas: solidaridad, autogestión, apoyo mutuo, acción directa, pedagogía popular.
En organizaciones pequeñas o de base territorial, los procesos organizativos pueden ser más ágiles: reuniones abiertas, toma de decisiones por consenso o consentimiento, asambleas deliberativas frecuentes, rotación informal de tareas, coordinación por afinidad o compromiso tácito. Sin embargo, esta aparente flexibilidad puede volverse ineficiente o injusta si no se desarrollan mecanismos claros de participación, memoria y continuidad. Aun en los colectivos pequeños, la rotación de funciones, el registro de decisiones, la planificación de acciones y la evaluación colectiva son prácticas necesarias para evitar la concentración de poder informal, la sobrecarga de tareas o la reproducción de desigualdades ocultas.
A medida que los grupos locales crecen o se insertan más profundamente en luchas de mayor escala, los procesos deben complejizarse: se incorporan comisiones, roles de facilitación, cronogramas de trabajo, mecanismos de seguimiento y evaluación, sin perder por ello la participación directa ni la autonomía. El tamaño no debe ser una excusa para jerarquizar, pero sí un factor para organizar mejor. La eficacia política, en clave libertaria, no es un sacrificio de principios: es su puesta en práctica concreta.
Lo local es el punto de partida de toda organización revolucionaria, pero también debe ser su base sostenida: el lugar donde se forja la militancia, se construye poder popular desde abajo y se prueba, en cada gesto colectivo, la posibilidad de otro mundo.
Contra Toda Derrota, Organización Revolucionaria. Parte 2
Muchas experiencias potentes nacen con fuerza, pero se disuelven tras unos pocos años por agotamiento, fracturas internas o incapacidad de adaptarse a los cambios. ¿Cómo construir organizaciones que perduren más allá de coyunturas o ciclos de movilización? La clave está en dejar de pensar la organización como mera herramienta puntual de intervención y entenderla como una comunidad política organizada que se proyecta en el tiempo.
(…) la organización debe ser vista como un “instrumento acumulativo”, donde se sedimentan aprendizajes, se sintetizan experiencias y se desarrolla una práctica consciente de largo plazo. Esto exige estructuras que no dependan de un pequeño grupo de “militantes fuertes”, sino que distribuyan funciones, documente procesos y generen mecanismos de renovación interna. También implica que la organización tenga inserción social real: sin vínculos con las luchas populares, las estructuras se vuelven autorefenciales y vulnerables al desgaste.
Compromiso militante: nutrir y sostener la entrega política
El compromiso militante no se impone ni se presupone: se construye y se cuida. ¿Por qué la gente entra a una organización, y por qué se queda? Más allá de las convicciones ideológicas, las personas se comprometen cuando encuentran un espacio que da sentido a su acción, que reconoce su aporte, que acompaña sus procesos y que les permite desarrollarse políticamente.
En Los mitos y las experiencias, se afirma que muchas organizaciones fallan por reproducir lógicas de sobrecarga, informalismo y agotamiento. Por eso, es fundamental construir una cultura del cuidado militante: establecer ritmos sostenibles, promover la corresponsabilidad, generar espacios de escucha y cuidar el equilibrio entre vida personal y compromiso político. La formación continua, el acompañamiento a nuevxs militantes y la rotación de tareas también son claves para evitar el estancamiento o la concentración de saberes.
El compromiso también crece cuando se participa de forma significativa en la definición de la estrategia y no solo en la ejecución de tareas. La democracia directa no es solo una forma de tomar decisiones, sino una pedagogía que potencia la implicación política.
Elementos transversales para un modelo organizativo flexible
La rigidez estructural puede ser tan nociva como el caos. ¿Cómo construir organizaciones que sean claras en su funcionamiento, pero capaces de adaptarse a distintas situaciones? La respuesta está en definir elementos transversales que garanticen coherencia sin impedir la flexibilidad.
El primero de ellos es la claridad funcional: cada rol, comisión o estructura debe tener funciones definidas, plazos y mecanismos de rendición. La rotación periódica previene la burocratización, y la delegación revocable asegura que la función no se convierta en poder. La documentación sistemática (actas, informes, balances) permite que el conocimiento no dependa de personas individuales, sino que sea parte de la memoria organizativa.
Otro elemento clave es el federalismo dinámico: la articulación entre distintos niveles de la organización (local, regional, nacional, internacional) debe ser fluida, con espacios de coordinación claros pero sin imposiciones jerárquicas. Finalmente, una cultura de la autoevaluación y el ajuste permite que la organización se reinvente sin perder su esencia.
Gestionar oscilaciones y evitar rupturas generacionales
Toda organización atraviesa ciclos de mayor o menor actividad, momentos de crecimiento y etapas de reflujo. ¿Cómo sobrevivir a esas oscilaciones sin desorganizarse? Una organización viva debe ser capaz de modular su ritmo, sin perder sus estructuras básicas. En momentos de reflujo, hay que sostener lo esencial: formación, vínculos, cuidado de la estructura, memoria política. En momentos de auge, hay que evitar el desborde y fortalecer los espacios organizativos.
Un riesgo frecuente es la quiebra generacional: cuando una generación militante se agota y no ha formado ni incorporado a la siguiente. Para evitarlo, es fundamental construir puentes pedagógicos entre distintas trayectorias, promover el diálogo entre experiencias, y crear espacios específicos de transmisión de saberes. La formación no es solo “teórica”, sino también organizativa, emocional y táctica.
Evaluación y ajuste organizativo: pensar el presente, proyectar el futuro
Ninguna organización puede mejorar si no se detiene a pensar qué hace, cómo lo hace y para qué lo hace. La evaluación organizativa debe ser parte del funcionamiento regular, no una excepción. Para ello, se pueden combinar indicadores cualitativos (nivel de participación, satisfacción militante, claridad estratégica) y cuantitativos (número de acciones, crecimiento, inserción social). Pero más allá de los datos, lo esencial es generar espacios de balance colectivo que permitan revisar la estrategia, reconocer errores, identificar logros y corregir el rumbo.
Una organización que no evalúa se vuelve autista; una que evalúa sin corregir, se vuelve cínica. La cultura del aprendizaje colectivo es lo que permite que una organización no solo resista, sino que crezca con sentido, con pasión y con capacidad real de transformar la realidad.
Esta segunda parte completa el modelo propuesto: no basta con tener una buena estructura; hay que saber sostenerla, cuidarla, hacerla crecer y adaptarla a las condiciones del tiempo histórico que nos toca vivir.
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