Consiste en el convencimiento de que si inevitablemente cualquier concepto, idea o crítica novedosa termina siendo absorbida por el mercado y la institucionalización, y si ello significa que la propuesta de un feminismo antirracista y descolonial se convertirá ––como de hecho ya está ocurriendo–– en parte de una moda, en una forma de corrección política o una nueva área de especialización académica para el lucro y prestigio personal de nuevas y viejas camadas de investigadores, se hace necesario contar con una memoria que documente las voces y experiencias que han dado el giro agónico, la vuelta de la mirada a contrapelo de la historia, produciendo de forma inédita fracturas con el orden y la episteme hegemónica.
(…) nos permitió avanzar en el reconocimiento de lo que nos acerca en términos de apuestas teórico-políticas y también de la profunda pluralidad, diferencias y divergencias que existen en la manera como estamos entendiendo las feministas las implicaciones históricas de la conquista y colonización del continente y sus consecuencias para la producción de un patriarcado moderno.
La posibilidad de encontrarnos y conversar, representó un momento propicio para conocer y comprender los distintos lugares de enunciación de los que provenimos quienes hacemos parte de un campo feminista que cuestiona los arreglos hegemónicos de la región, incluidos los que se expresan en el movimiento feminista.
(Las coordinadoras del texto Tejiendo de otro modo: Feminismo, epistemología y apuestas descoloniales en Abya Yala, en su introducción)
En la primera parte de estas entradas sobre decolonialidad, descolonialidad y sus polémicas ya indicábamos que este debate se estaba dando también dentro del movimiento feminista (al menos en Abya Yala, ya que en Europa se da de otra forma, entre el feminismo decolonial y el llamado hegemónico), aunque con un tono mucho más enriquecedor, con características de debate-diálogo, buscando más los caminos de encuentro para la colaboración, que el enfrentamiento abierto entre trincheras. Esto sucede en Abya Yala, y en parte en la academia estadounidense, pero no en Europa, donde el debate no está en estos momentos entre el feminismo decolonial y el descolonial, sino entre el feminismo descolonizador (se autodesigne decolonial o descolonial), y el llamado hegemónico o civilizatorio. Esta polémica europea, también muy nutritiva, excede las pretensiones de esta entrada, pero para quien quiera conocerla puede ser de interés el texto Un feminismo descolonial, de Françoise Vergès, quien define así su texto:
Este trabajo se sitúa en la estela de las obras críticas de las feministas del Sur global y de sus aliadas del Norte respecto al género, el feminismo, las luchas de las mujeres y la crítica de un feminismo que denomino civilizatorio porque, en nombre de una ideología de los derechos de las mujeres, ha acometido la misión de imponer un pensamiento único que contribuye a perpetuar un dominio de clase, género y raza. Mi propósito en este libro es defender un feminismo descolonial dirigido a destruir el racismo, el capitalismo y el imperialismo, un programa al que trataré de dar una dimensión concreta.
Pero aquí nos vamos a centrar en la polémica sobre lo decolonial y lo descolonial que, además, surge de quienes crearon estos conceptos, ideas y propuestas y que creemos que hay que conocer para saber a qué nos referimos cuando elijamos usar uno u otro término (es un debate que, además, con toda probabilidad, terminará por saltar el Altántico, dándose también en Europa). Centrándonos en él, insistamos que ese tono diferente de debate entre posturas decoloniales y descoloniales no se da sólo al interior de las diversas corrientes feministas, sino también cuando la mayoría de ellas (ya vimos que no en el caso de la afilada crítica de Silvia Rivera Cusicanqui) abordan el debate general. Por ejemplo, Claudia Zapata Silva, cuando en su texto El giro decolonial. Consideraciones críticas desde América Latina nos da pistas de cómo llegó este debate a los grupos feministas:
Es así como desde fines de los noventa y comienzos de los 2000 asistimos a un protagonismo indiscutible del grupo Modernidad-Colonialidad, alcanzando niveles de influencia –especialmente entre jóvenes estudiantes de postgrado deseosos de conocer la última novedad teórica, sobre todo si esta adquiere visos de radicalidad política, como es el caso– que explican en alguna medida la poca notoriedad que tuvieron las críticas que, aunque escasas, surgieron en igual período.
Sin embargo, en los últimos años se han producido novedades importantes en esta crítica, principalmente el hecho de que esta ha sido formulada por mujeres con trayectoria intelectual y política que residen en países de la región, que forman parte de sociedades racializadas y que poseen un fuerte vínculo con movimientos sociales.
Se trata de sujetas que responderían a los criterios de selección de esta corriente para ser nombradas como subalternas (y, por ende, depositarias de grados diferentes de otredad cultural). Me refiero a autoras como Silvia Rivera Cusicanqui (Bolivia), Ochy Curiel (República Dominicana) y Aura Cumes (Guatemala)