domingo, 12 de marzo de 2023

Asambleas territoriales chilenas (y II): construir autogobierno popular y desde abajo

 

 


 En esta segunda parte sobre las Asambleas Territoriales chilenas intentaremos comprender cuáles fueron los errores y circunstancias que marcaron su declive, y de los que aprender, al tiempo que abriremos la puerta a las expectativas de futuro que observan algunas de las personas que han participado o analizado esta lucha.

 

Los errores y circunstancias que marcaron el declive de la revuelta social

 ¿Qué pasó para que esta revuelta social fuera apagada? Hay una primera circunstancia evidente, la aparición de la pandemia del Covid facilitó al gobierno chileno imponer una serie de medidas restrictivas a reuniones y movilizaciones, que imposibilitaron el desarrollo de las actividades, tanto externas e internas, de un movimiento que precisaba seguir fortaleciéndose. Además de ello, las graves carencias sanitarias, económicas y emocionales a las que se vio sometida una buena parte de la población chilena, como efecto de la pandemia y las medidas impuestas por las instituciones, tuvo que hacer frente a una grave situación vital, cuestión que supuso el que gran parte de la limitada labor que se le permitía a las Asambleas Territoriales se centrara en organizar popularmente los medios necesarios para hacer frente a esas situaciones. En palabras de Fauré y Garcés:

 Sin embargo, todo cambia desde el domingo 15 de marzo de 2020, cuando la pandemia se convierte en un problema nacional, a propósito de la presión de los alcaldes por suspender las clases escolares, a lo que le siguió el decreto de estado de excepción constitucional por catástrofe sanitaria el 18 de marzo. Los movimientos sociales, tendieron a paralizarse y pronto retrocedieron cuando se instalaron dos miedos: a la pandemia y a la represión por parte del Estado. Así, la pandemia interrumpió el mayor proceso de movilización político y democrático de la sociedad chilena de los últimos treinta años

 Pero lo que verdaderamente frenó la dinámica popular de las Asambleas Territoriales no fue eso, sino la reacción de los partidos políticos y los poderes económicos que veían que la organización y lucha popular suponía un cuestionamiento total del sistema político tradicional, y se lanzaron a “defender su negocio”, secuestrando la voluntad popular y encerrándola en acuerdos institucionales. En palabras del Colectivo Caracol:

 1. Lo que se firmó anoche a las 3:00 a.m. no es un “Acuerdo Histórico Nacional” como quiere venderse. Es nada más que una propuesta realizada por la gran mayoría de la clase política civil. Anoche no firmó ningún representante del movimiento social, ni Unidad Social, ni las Asambleas Territoriales. Ningún obrero, jubilada, estudiante, trabajadora doméstica o temporero estuvo presente y firmó ese papel… ¡ni siquiera lo firmaron todos los partidos! Por eso, es simplemente eso: una propuesta que viene desde un sector desprestigiado de la sociedad. Por ello, es deber nuestro ahora ver si la aceptamos o la rechazamos. Acá nada ha terminado, por mucho papel blanco que compren para tapar la sangre que hay en la Plaza de la Dignidad.

2. Lo que se firmó anoche fue solo una propuesta de cambio constitucional, no un “Acuerdo de Paz”. Si fuera de “paz” es porque se asume que antes hubo una guerra. En Chile no hubo ni hay guerra, lo que hubo -y sigue ocurriendo- es un proceso sistemático de violación a los derechos humanos por parte del gobierno de Piñera. Es decir, terrorismo de Estado. Ese juego de lenguaje que hace el poder de los de arriba es solo para confundirnos.

3. Lo que se firmó anoche fue un pacto de la clase política civil para devolver la gobernabilidad, de espaldas al pueblo movilizado. Los únicos que ganan con esto son: primero, el gobierno dictatorial de Sebastián Piñera ya que esto le permite ganar tiempo, dividir al pueblo movilizado y preparar su salida impune y b) el gran empresariado que es el único que ha salido a celebrar el acuerdo. Tal como ocurrió en Dictadura cuando Alianza Democrática (futura Concertación) negoció con Pinochet para respetar su calendario, la Concertación con casi la totalidad del Frente Amplio le dieron una sobrevida al gobierno que nos reprimió, torturó, mutiló, violó y asesinó, permitiéndole terminar su mandato. Y eso se llama traición al pueblo y complicidad con sus crímenes.

 Cuando, a partir de ahí se fijaron el objetivo de una nueva Constitución, y en buena parte de las Asambleas Territoriales surgieron las dudas, a pesar de ser conscientes de que eso suponía volver a dejar en manos de las estructuras de siempre el poder popular, la suerte estaba echada. Así lo resume Raúl Zibechi:

 El escenario político se transformó a partir de ese momento. Las grandes alamedas se fueron vaciando, incluso antes del confinamiento que impuso la pandemia de coronavirus en marzo de 2020, y la iniciativa se trasladó al terreno constitucional.

(…) El sector de la población que se había lanzado a las calles en 2019 vivía un clima de optimismo y confianza en sí mismo. Sin embargo, había luces amarillas y rojas que no pudieron verse en ese clima.

 El propio Zibechi, basándose en otras experiencias similares, había señalado hacía más de año y medio los riesgos de esa posible deriva:

 La experiencia nos enseña que la acción multitudinaria intensa, que suele denominarse «ciclo de protesta», se desgrana con el paso del tiempo. Para que las prácticas colectivas no se diluyan, para que «la dignidad se haga costumbre», como señala la Coordinadora, lo vivido por miles de personas debe cristalizarse en estas organizaciones territoriales, que seguirán horadando el sistema, en silencio, cuando los focos mediáticos se apaguen.

Hay mucho para debatir y para seguir aprendiendo. Como crear nuestra propia agenda y no depender de la agenda de arriba; como rehuir la lógica de llevar a las instituciones o al escenario macro, lo que vamos construyendo abajo y a la izquierda. Estas asambleas son el mundo nuevo posible, que debemos cuidar para que otros y otras lo multipliquen, cuando puedan y quieran.

(…) La única garantía que tenemos los pueblos, para que al menos nos respeten, es la organización y la movilización. En Chile hubo durante meses enormes manifestaciones y se crearon más de 200 asambleas territoriales. Los constituyentes de izquierda están diciendo que no es necesario volver a las calles y la mayoría de las asambleas se debilitaron al apostar a las urnas, aunque ahora retornan a sus territorios.

 Ese volver a la lógica de las instituciones es el error tantas veces cometido en las últimas décadas por el movimiento popular y comunitario de América Latina (Brasil, Argentina, Ecuador, Bolivia, Colombia, Perú…). Los movimientos populares deberíamos darnos cuenta definitivamente de que la nuestra, la del territorio que habita y defiende cada quien, no va a ser la excepción. El poder institucional y los representantes de la democracia formal (partidos políticos y “representantes del pueblo”) siempre terminan por hacerse con los réditos de las luchas populares, donde se pone el cuerpo jugándose la vida y el futuro, para llevarlos a su campo del rédito político y económico, olvidándose de las razones que llevan a los pueblos a rebelarse. Parece que seguimos sin prestarle la atención debida a lo que nos enseña la revolución zapatista.

 

 

Limitaciones o carencias detectadas en las Asambleas Territoriales

 Hay otra cuestión sobre la que fijar la mirada en relación al aprendizaje: las formas de organización para hacer que la revolución social se amplíe, crezca y se consolide. Edward Murphy plantea que:

 (…) Al trabajar en la formación de redes y organizaciones más amplias, las asambleas también han tratado de hacer que sus formas directas de democracia de base sean un principio básico para que Chile avance. Estos esfuerzos han logrado algunos éxitos organizativos notables como la Coordinadora de Asambleas Territoriales. Sin embargo, sigue siendo una cuestión abierta si iniciativas de este tipo más amplio pueden o no recuperar su equilibrio y cobrar impulso en los próximos meses y años

 Y la Asamblea Territorial Villa Unidas de Ñuñoa, aun reconociendo la capacidad habida para organizarse en dos primeras esferas (barriales o locales, y la CAT), plantea la necesidad y dudas sobre la capacidad de una tercera esfera:

 (…) una tercera plataforma más arriba que se llama articulación política de las asambleas y otras organizaciones populares. Sin embargo, cuando miramos hacia ese arriba desde las asambleas de base, nos damos cuenta de que no tenemos tradición, no tenemos muchas herramientas para levantar esos otros pisos, y ¿quién las tiene? Bueno, la izquierda más clásica, pero el problema es que esta izquierda mira desde arriba hacia abajo, no desde abajo hacia arriba como nosotros. Creo que ese impasse no lo estamos resolviendo muy bien. Creo que hay que defender y mantener esta idea de la asamblea como un espacio nuclear que reúne a la militancia social para que nos reconozcamos en un discurso común y empecemos a plantearlo no solo en nuestros micro-territorios, sino a nivel nacional; aunque eso no nos resuelva aún los problemas de articulación, de representatividad.

 Las dificultades de implementar una práctica asamblearia entre quienes no han tenido experiencias anteriores, o proceden de tradiciones organizativas clásicas, verticales, son recogidas por César Baeza Hidalgo en Asambleas territoriales: Presente y futuro de la política de base (en 18 de Octubre: primer borrador. Reflexiones desde abajo para pensar nuestro mañana):

 (…) Se han establecido alianzas, iniciado las confianzas, pero aún el ritmo es lento. En agosto de 2020 se cumplieron 10 meses desde el alzamiento y todavía no se arma una propuesta. Esa es una de las principales tareas pendientes. Hay un sano empeño en mantener la horizontalidad de las relaciones y la toma de decisiones lo cual obliga a establecer dinámicas que no todxs comprenden y a veces produce cansancios e impaciencia.

Los delegados y delegadas de cada asamblea están atentxs a que no se impulsen iniciativas que no sean avaladas por sus asambleístas. Las reuniones requieren de un tiempo, y las decisiones frente a cada paso que se da, obedece a esa lógica de acuerdos en que es la Asamblea quien tiene el rol de impulsar, o de validar por lo menos. Lento, paciencia que esto es lento, señalan persistentemente.

(…) La heterogeneidad de las y los asambleístas es inmensa, los diagnósticos son similares, pero las conclusiones frente al qué hacer y cómo hacerlo es tan variada como la diversidad de historias que cada quien ha recorrido para llegar a sentarse frente a sus vecines.

Si bien se ha ganado y recorrido un gran trecho del camino, aún no existe una claridad que permita vislumbrar cuál es el objetivo de quienes se mantienen en lucha hasta estos días de agosto cuando estamos en medio de una pandemia que concentró las miradas en un virus invisible, y que logró lo que la represión no pudo, bajar el nivel de beligerancia en la protesta.

(…) Aceptar que las asambleas son heterogéneas por principio fundacional, tanto al interior de cada una como entre sí, es parte de la horizontalidad que se defiende, empeñarse en encontrar uniformidad de criterio sobre el qué hacer y el camino a tomar para el cambio constitucional podría generar un quiebre que no es deseable en lo que ya se ha construido: Poder territorial, el que brindó la organización, y las relaciones de cariño y respeto que se han consolidado.

(…) Mantener el foco en la organización, y desarrollar el tipo de relaciones para impulsar el modelo de éstas en los barrios, es el desafío para seguir sumando fuerzas y volcarlas en las calles. Es un camino lento, pero más sólido que el que podría instalar alguna conducción o caudillismo de los que periódicamente surgen, a veces con la mejor de las intenciones pero alejados de la horizontalidad que el movimiento reclama.

 La cuestión se complica cuando más allá de la propia Asamblea se impulsa una coordinación entre Asambleas que se considera imprescindible.

 La necesidad de articularse, de vincularse con las organizaciones vecinas, con los barrios vecinos y y comenzar a sumar fuerzas, de barrios lejanos también, se hace desde diversos flancos.

Nace la CAT, Coordinadora de Asambleas Territoriales de la Región Metropolitana (Santiago más específicamente); el Cordón Grecia por el lado oriente; el Cordón Poniente; hacia el sur a Coordinadora de Asambleas Territoriales de La Florida (CALF); el Cordón Puente Alto; Cordón Vicuña Mackenna; Cordón Macul (integrado principalmente por organizaciones estudiantiles), y la Coordinadora de Asambleas Territoriales de Ñuñoa (CAÑU), entre otras varias.

Hay una conciencia instalada de que se debe trascender el territorio y hay que buscar acuerdos mínimos para impulsar el cambio estructural pero ¿Eso con qué se come? ¿Cómo se digiere? Existe un prejuicio positivo respecto de que los acuerdos se dan por sentados. Que todxs piensan lo mismo respecto del panorama pero en el camino se evidencia que no es tan así. Desde barrios con historia de resistencia como Villa Francia, Villa Portales, Lo Hermida, o Villa Olímpica por mencionar algunos, se asume que la calle es el primer pulso y que es desde ahí donde se debe ejercer la presión y comenzar el gallito. En otros territorios, separados por menos de 500 metros, esa claridad

existe, pero recién se organizan desde el 18 de octubre pasado, y es más lenta la reacción, o la consolidación de las confianzas para la acción. Con tácticas y estrategias menos radicales también. Las mismas coordinadoras tienen espíritus y métodos de trabajo diferentes.

(…) Hay una lógica vertical que reclaman algunas asambleas, parecida a la crítica que se hace al funcionamiento de los partidos políticos, y son varias las asambleas que han congelado su participación en ese espacio, para concentrarse en el trabajo directamente territorial.

 Es interesante tener en cuenta los retos a futuros que Baeza planteaba en agosto de 2020:

 El desafío del presente y las alternativas para el futuro

El desarrollo de trabajo coordinado se instaló en las diferentes vinculaciones, pero siempre manteniendo el foco en que es la Asamblea la organización de base que debe validar cualquier línea de acción que pretenda desarrollarse. Y si se toma en cuenta que en cada asamblea las visiones de los caminos tienen matices diferentes, lograr aterrizarlo en tiempos razonables es una tarea titánica, lenta y que requiere paciencia.

La agenda institucional ha tenido su pausa, pero gira en torno a los acuerdos que se han hecho entre cuatro paredes y ha logrado imponerse. Y ante esa realidad hay quienes se rinden ante la supuesta realidad y trabajan al ritmo impuesto ese 15 de noviembre cuando parlamentarios de las coaliciones representadas en el Congreso fijaron la fecha de Plebiscito para aprobar o no el cambio de Constitución con dos alternativas: Convención Mixta o Convención Constitucional. Ambas opciones cargadas de una letra chica que no asegura escribir una Carta Magna que represente y asegure a la ciudadanía en contra de lxs priviegiadxs.

Esa jugada de ajedrez no solo descomprimió la protesta, sino que puso en tensión algunos debates al interior de las asambleas y en las coordinaciones entre ellas. Y además borró prácticamente del mapa la opción de escuchar a la calle.

Cambiar el país. Cambiar la política. Cambiar la institucionalidad. Cambiar el modelo. Cambiar la Carta Magna. ¿Cómo se hace todo eso? La lista es tan grande y son tantas las urgencias, que aventurarse a dar una sola respuesta es, por decir lo menos, arrogante.

Si hay algo que han enseñado las múltiples conversaciones debates y puestas en común, es que se requiere ser humildes y dar cada paso respetando tanto las posiciones mayoritarias como las minoritarias y que no todo se ha de decidir en una votación, o con la agenda que han impuesto “las mismas y los mismos de siempre” que ha cuestionado todo este movimiento. La idea es alcanzar consensos tomando el tiempo que cada proceso requiera y con la conciencia de que no hay dueñxs de la verdad, y la historia reciente es la principal testigo. La agenda debe ser construida por todxs.

(…) Si bien hay un acuerdo tácito en lo que se desea, en el cómo alcanzarlo está la piedra de tope y el peligro para generar las divisiones que esperan quienes se oponen a que los cambios de fondo se produzcan. Mantener la unión es determinante para tener la fuerza que se requiere para lograrlo.

Son décadas en que no se ha logrado consolidar una alternativa política que canalice el descontento para construir una propuesta. La organización, si bien es una convicción, la realidad muestra que no ha dado la talla para traducirla en el trazado de un mapa que permita visualizar un destino hacia dónde avanzar en conjunto.

El final de esta historia está abierto. Cómo mantener la unión, sin rupturas en los lazos establecidos, y que ésta sea eficiente para mejorar el país es un desafío que requiere de voluntad y una humildad que sostenga en el quehacer las confianzas para avanzar en los temas estructurales, reconociendo la diversidad de criterios en las tareas o de algunos caminos.

 Fauré y Garcés también hacen una lectura de futuro:

 Con todo, cualquier lectura que queramos hacer sobre la posibilidad de reactivar este proceso de politización popular, debe partir por plantear, descarnadamente, y aceptar algunos elementos claves: la Revuelta Social y Popular terminó. Este ciclo de movilización se cerró y, quienes apostamos por la construcción de un orden social con protagonismo popular, debemos aceptar esta derrota parcial para poder pensar y construir un nuevo ciclo. Las causas de la derrota superan lo que podamos decir en estas líneas, pero sí podemos adelantar algunas, como el impacto de la pandemia, la tozudez de una izquierda impotente y otra que esperó a ganar las próximas elecciones; y la incapacidad de algunos movimientos sociales que se habían levantado como referente en los primeros días y meses de conducir el proceso (por ejemplo, la Coordinadora de Asambleas Territoriales CAT o Unidad Social).

Ahora estamos en otra etapa que debe ser analizada teniendo en cuenta qué elementos pueden ser rescatados del sentido refundacional, destituyente e instituyente de la Revuelta (el octubrismo movilizado), que debiera seguir siendo nuestro punto de partida, si es que queremos hacer carne la frase de aquel viejo revolucionario que decía que las luchas deben ser retomadas ahí donde se interrumpieron

 En esa línea, señalaban unas interesantes cuestiones que habría que tener en cuenta en adelante. Comienzan por las cuestiones de las capacidades y los límites de los movimientos:

 1. Reconocer la capacidad (el poder) de los movimientos sociales

(…) lo que corresponde a estos movimientos, si es que queremos mantener el horizonte de transformaciones abierto durante este nuevo gobierno, es mantener el ciclo de movilización y presión social hacia el poder constituido tal como se desarrolló pre-pandemia (y, en menor medida, durante la pandemia), preocupándose, al mismo tiempo de no perder la mayor potencialidad que poseen los movimientos sociales: ser quienes encarnan, en su seno, los mayores cambios valóricos y relacionales, en sus variadas formas de poder instituyente y prefigurativo; es decir, su capacidad de cambio cultural que precede al cambio político. (…)

2. Reconocer los límites actuales de los movimientos sociales en Chile

(…) En ese sentido, hay que abrirse a la idea de que una de nuestras mayores debilidades es la escasez de herramientas que tenemos para poder medir las fuerzas populares reales con las que contamos en determinado momento histórico, y saber valorarlas y potenciarlas en su gran diversidad. Una diversidad que se expresa muy bien y de forma muy efectiva en el momento de la protesta, pero cuando ella termina nos deja en una situación compleja de debilidad en tanto los problemas estratégicos (cómo avanzar y hacia dónde) no logran resolverse.

Así, aunque no tengamos respuestas infalibles para resolver lo anterior, sí consideramos relevante en este desafío partir complejizando la mirada de conjunto y reconocer que el campo popular organizado y movilizado está compuesto por una diversidad de sujetos que, a su vez, tienen formas organizativas, deliberativas y de expresividad en la protesta también diversas. Por lo mismo, los problemas estratégicos deben resolverse tomando en cuenta esa diversidad de formas de organización y deliberación, no anulándolas.

 A continuación incluye una cuestión fundamental que en América Latina, en general, tienen muy trabajada, y que el movimiento popular vasco no acostumbra a trabajar, lo que condena a casi un continuo volver a empezar: la memoria, el análisis de experiencias y la transmisión generacional:

 3. Ser capaces de (auto)investigar la experiencia vivida y producir saberes y memoria social “desde las luchas”

Es importante que los movimientos sociales constituidos y aquellos que estaban en proceso de constitución planifiquen instancias donde se pueda recordar, interpretar, analizar (y ojalá sistematizar) la rica experiencia de politización que se dio en la Revuelta, entendiéndola en toda su complejidad y diversidad y que, por lo mismo, no se experimentó de igual forma en todos los territorios

(…) En ese sentido, urge construir una memoria “desde los movimientos”, que salga a disputar un discurso que se está transformando en el oficial, que centra su mirada en un sujeto histórico que detentaría la historicidad: la “generación dorada” de dirigentes estudiantiles universitarios que supo conducir una crisis social que amenazó la institucionalidad democrática, salvándola “desde arriba” a partir de un acuerdo político transversal.

(…) Ahora, esa memoria social “desde los movimientos” debe ser capaz de hacerse cargo de dos dimensiones importantes: una externa y colectiva, leyendo el Estallido Social y la Revuelta Social y Popular como expresión colectiva de protesta, organización y deliberación popular; y otra dimensión interna, más subjetiva (e intersubjetiva), en la que debe hacerse cargo de cómo nuestras propias vidas se “revolvieron” en esta etapa en términos personales, familiares, laborales, vecinales, sólo por nombrar algunas dimensiones. Un análisis personal que, sin embargo, debe colectivizarse para transformarse en memoria social y que si bien se estaba desarrollando, por ejemplo, en encuentros territoriales, cabildos o asambleas, se vio interrumpido por la pandemia y su encierro forzoso, lo que cortó el diálogo y nos impidió decantar y procesar –desde lo individual a lo colectivo- lo que habíamos vivido, en toda su enorme densidad histórica.

 En cuarto lugar, apuntan la necesidad de poner en valor la experiencia asamblearia

 4. Poner en valor la experiencia asamblearia

Urge visibilizar y poner en valor la experiencia organizativa de las asambleas territoriales, entendidas como el órgano de deliberación política más importante que surgió en las clases populares y ciertos sectores de la clase media durante la Revuelta Social y Popular (sobre todo en los espacios urbanos)

(…) Estas organizaciones fueron la expresión más concreta de un poder popular instituyente y mostraron la rápida adopción y legitimación en las bases de la sociedad civil de diversas formas de democracia directa, como respuesta a la crisis de representatividad que se maduró después de treinta años de una democracia representativa de “baja intensidad”. Así, las asambleas territoriales y cabildos permanentes se constituyeron en la escuela urbana de organización, movilización y, sobre todo, de deliberación más importante de los últimos años

 Otra cuestión fundamental que señalan es la de saber planificar el repliegue organizativo, tarea que a menudo no se aborda desde los movimientos populares que lamen las heridas de una derrota, pero que es imprescindible para recomponerse y volver a actuar:

 5. Planificar el repliegue organizativo

(…) Para quienes sentipensamos y enfocamos nuestro trabajo político desde abajo y a la izquierda (es decir, desde la vereda de los movimientos sociales), sabemos que los repliegues luego de derrotas políticas son dolorosos, en tanto implican un lento proceso de recomposición del tejido social, de prácticas de asociatividad, de formación y de ejercicios de articulación que pueden tardar años, y que se dan en esos espacios de “latencia” que, de tan ocultos a los ojos del poder estatal, sólo los suele considerar cuando le “estallan” en su espacio público.

(…) En lo concreto, frente a la dificultad de que las masivas asambleas territoriales se mantengan en estos tiempos y, con ello, la capacidad de protesta disminuya, es importante que los saberes acumulados en esta etapa, las capacidades que desplegaron estas organizaciones, sean enfocadas en tareas más específicas pero que permitan dotar de tejido orgánico a los territorios en los tiempos complejos donde el protagonismo vuelve al poder político estatal. (…) estas asambleas que cumplieron tareas amplias durante la Revuelta pueden mutar a tareas más específicas en función de los “saberes-hacer” más desarrollados y logrados de éstas (ya sea en el plano de la subsistencia manteniendo ollas comunes, comedores populares, experiencias de Comprando Juntos o redes de abastecimiento; en el plano de la cultura y la educación popular manteniendo activos los espacios autoeducativos como foros, conversatorios, pantallazos, encuentros y talleres; en el plano de la formación política, mantener escuelas de formación, medios de comunicación local y propaganda territorial; etc.)

 Y, para acabar, señalan la necesidad de seguir empeñándose en una cuestión clave: el de la co-construcción de un “programa de los movimientos”:

 6. Co-construir un programa desde los movimientos

Finalmente, el desafío más grande -y, a veces, eternamente pendiente- es el de co-construir el “programa” de los movimientos sociales, uno que ya existe parcialmente en las demandas sectoriales y territoriales que tienen los movimientos sociales más fuertes en Chile (socioambientales, feministas, indígenas), pero que urge fortalecer, estableciendo canales de encuentro y diálogo intra e inter movimientos, que permitan construir un programa común que tienda puentes entre esas diversidades sin anularlas. Que construya unidad sin uniformidad. De igual modo, las organizaciones que nacieron tras el 18 de octubre (el octubrismo movilizado) y, en particular, las asambleas y cabildos territoriales que aún persisten, deben ser capaces de definir mejor su marco de acción: en tanto hijas de la Revuelta, sabemos que fueron primera línea tanto de contención frente a la represión de Piñera como de cuidado colectivo frente a la pandemia.

Sin embargo, sin estos dos elementos en contra, hoy deben apuntar a construir sus propias definiciones políticas, sin perder el arraigo territorial y la necesidad de repensar formas de poder local, pero en un escenario nacional que ya no tendrá la explosividad de octubre. Esto permitirá que estas organizaciones populares, primero, tengan una vida más allá de la Revuelta, segundo, que una de sus principales demandas (la libertad de las y los presos políticos) se materialice y tercero, que se constituyan en un sujeto histórico que ingrese a este diálogo mayor que se requiere para que se amplíe el estrecho margen de participación que suele tener la socialdemocracia (sólo como masa votante o masa en la calle en apoyo al gobierno).

 

Para punto final ya a esta extensa reseña sobre la experiencia de las Asambleas Territoriales chilenas, quizá un resumen adecuado de la misma puedan ser estos párrafos del ya comentado texto de Edward Murphy:

 Al trabajar en la formación de redes y organizaciones más amplias, las asambleas también han tratado de hacer que sus formas directas de democracia de base sean un principio básico para que Chile avance. Estos esfuerzos han logrado algunos éxitos organizativos notables como la Coordinadora de Asambleas Territoriales. Sin embargo, sigue siendo una cuestión abierta si iniciativas de este tipo más amplio pueden o no recuperar su equilibrio y cobrar impulso en los próximos meses y años

(…) Sin embargo, es importante recordar cuán dramáticamente ha cambiado el terreno social y político en Chile desde octubre de 2019. Los tipos de organización y desarrollo social e intelectual que se han llevado a cabo en las Asambleas Territoriales pueden seguir siendo fuentes de inspiración. Pueden servir como ejemplos de cómo podría ser un futuro liberado de los horrores del pasado y del presente, en el que será posible que la gente viva en una sociedad coherente con valores más democráticos, respetuosos, e igualitarios.

 

 

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