Una tercera hipótesis es que las luchas de migrantes son un novísimo tipo de movimiento social que, paradójicamente, parte de una situación compartida con los trabajadores del siglo XIX, luchas de sujetos sin derechos porque su subjetividad jurídica no tiene estatutos legales que en sus sociedades generen un repertorio de derechos.
Por eso, si lo que viene es una tienda de raya global, un estado de no derechos, los migrantes, que se organizan desde la más compleja precariedad social, laboral, jurídica y hasta afectiva, pueden ser además de protagonistas de nuestros tiempos, ejemplos de luchas ganadas en el día a día con estrategias de desobediencias que desbordan los límites de nuestras nociones sobre lo manifiestamente político.
Con ampliar los límites del significado de lo político me refiero y hago eco de los estudios subalternos que desde el subcontinente asiático y desde 1980 nos vienen desafiando a poner en duda la perspectiva lineal de la historia, una historia de modos de producción que no admiten realidades transpuestas. Por ejemplo, pensar la migración contemporánea desde relaciones sociales de producción con rasgos feudales combinadas con la gestión de la fuerza de trabajo bajo una lógica de tanatopolítica en tiempos del capitalismo tardío.
Partir de desafiar la idea de qué es lo político y quién ejerce agencia permite a este modelo, dice el historiador Ranajit Guha, reconocer los intersticios cotidianos de los pueblos etiquetados como «prepolíticos» como emancipaciones que desafían los órdenes instituidos de manera latente.
Estos intersticios de lo cotidiano, como saltar una valla en Ceuta, conseguir un contrato de trabajo ficticio o «matrimoniarse por papeles» con «nativos» solidarios son ejemplos de resistencias que a pesar de no sostenerse de un discurso abiertamente ideológico representan un genuino ejercicio de emancipación del racismo institucionalizado en las leyes de extranjería, pero que hasta ahora han sido pensadas como «estrategias individuales» por los intérpretes que ejercen una sociología crítica y, por parte de quien hace sociología liberal como abiertas «desviaciones», «trampas», «delitos» que comenten estos migrantes y quienes les ayudan.
Más concretamente, la hipótesis de trabajo consiste en comprender que la desobediencia de los migrantes a las leyes que los extranjerizan y los actos de los «nativos» que ejercen su derecho a la hospitalidad en contra de las leyes de entrada y permanencia en Europa, poniendo la atención en las estrategias no manifiestamente ideológicas sino en las de supervivencia cotidiana, nos abrirá todo un campo para pensar las resistencias al capitalismo tardío, al biopoder contemporáneo.
Estos párrafos forman parte del capítulo de conclusiones del libro que hoy queremos acercaros, un texto tan especial como recomendable por múltiples razones. Para empezar, porque pone el foco del análisis en una de las carencias más graves de los movimientos de transformación y revolucionarios en Euskal Herria (y en otras muchas partes del planeta): la ausencia en ellos de personas migradas que, además de ser cada vez más numerosas en nuestras sociedades, son uno de los colectivos más golpeados, perseguidos y explotados por el capitalismo. Es verdad que las mujeres racializadas llevan ya no pocos años poniendo parte de ese debate sobre la mesa al interior del movimiento feminista (una cuestión que abordaremos en futuras entradas de este post) pero, en el resto, o no se sabe cómo abordar la cuestión analizando los problemas e incapacidades propias que están en su origen o, en no pocos casos, se diluye o difumina tras una más que paternalista actitud (que, en general, no es sino un intento falso de autojustificación), según la cual las personas migradas ya tendrían bastante con hacer frente a la sobrevivencia cotidiana como para, además, comprometerse políticamente. En los casos más graves, incluso parece negárseles la capacidad de politización, al menos en el sentido que por aquí se le da a tal concepto. Este libro pone el dedo en muchas de esas llagas, como podemos ver en este ejemplo:
(…) los activistas del altermundismo europeo, para explicarles que los migrantes, además de consumidores que buscábamos mejorar nuestra calidad de vida, fugitivos de la desesperanza o traidores a los proyectos de liberación nacional, sujetos con historias políticas previas, éramos eso, sujetos políticos.
Porque durante mi devenir activista en el movimiento de «sin papeles» me impresionó que los otrora admiradores de los indios insurrectos en Chiapas, algunos de los cuales había conocido en los encuentros internacionales de los zapatistas, de pronto, ya en casa, como miembros de redes del altermundismo o el antirracismo, nos miraran estupefactos, a esos indios de la India, Pakistán, Ecuador, Marruecos o Colombia, expresándonos en foros de coordinación europea con la misma jerga y en el mismo dialecto con el que ellos y ellas, los autónomos europeos, expresaban sus apuestas.
Por eso digo que este libro también tiene como apuesta explicar a otras luchas nuestras demandas y a ver si con ello conseguimos «desetnificar» y «desfolclorizar» la forma en que nos nombran.
(…) Nos miran como exóticos, hay algo en las asambleas con esta gente que no termina de cuadrar, es como si no pudieran reconocernos como iguales, parten siempre de considerar a los dirigentes de la Asamblea como víctimas, no parecen reconocer a los migrantes «sin papeles» como cómplices, es más, a veces parece que no entienden las intervenciones de los representantes a pesar del buen uso del castellano de estos.
Pero, además de ello, el libro introduce análisis novedosos e imaginativos (pero para nada fantasiosos) que suponen toda una provocación para mirar con otra perspectiva ciertas realidades. Veamos un ejemplo:
Como hemos intentado plasmar en el texto, estas luchas se sostienen sobre pequeñas organizaciones, la mayoría de ellas sin estructuras formales de representación, que subsisten bajo la lógica de los movimientos sociales, es decir, se abastecen en términos de tiempo, recursos simbólicos y materiales de lo que aportan sus miembros.
Entre este tejido de redes y organizaciones de migrantes, siempre en transformación, se asoma también, un proceso fino y tenue (no siempre manifiestamente político) que tiene que ver con el cambiante sentido y lugar del ciudadano legal, del ciudadano «nativo», que ve llegar y acoge con hospitalidad a los migrantes porque reconoce en las historias de injusticias que se cometen contra estos migrantes el deterioro de las libertades y los derechos para él mismo, es decir, que identifica a los migrantes como un espejo de lo que vendrá para toda la sociedad, dentro de un conjunto de Estados donde la precarización laboral y la cancelación de las libertades civiles después de septiembre de 2001 podrían significar a medio plazo una forma de des-ciudadanización universal.
Sobre esta hipótesis de des-ciudadanización universal existe toda una profunda discusión que tiene que ver con el reconocimiento cada vez más extendido entre los pensadores críticos y quienes ejercen «la política de los de abajo» de que los ideales de la Ilustración y las promesas de la modernidad eurocéntrica son tan solo mitos. El principal de estos mitos, según empiezan a generalizarse estas críticas, es la idea misma del universalismo de los derechos humanos, precepto basado en la doctrina jurídica liberal y simplemente instrumentalizado por el capitalismo para constituirse en la «promesa límite», aquella que nadie está autorizado a poner en duda.
Para decirlo en pocas palabras, no solo la ciudadanía es un dispositivo que excluye por norma, sino que la exclusión es la condición sine qua non para ofrecer la ilusión de pertenencia y goce de derechos mínimos para grupos sociales específicos. Por eso, se va consolidando la sospecha de que luchar por la ciudadanía en el marco del universalismo de los derechos humanos podría ser una trampa, una falsa ilusión.
De ahí que se proponga como línea de fuga una hipótesis de trabajo para una sociología militante que al pensar las luchas de los migrantes remarque que estas experiencias organizativas y comunitarias trastocan al ciudadano nativo, legal, para situarlo horizontalmente como aliado en dirección al reconocimiento y a la defensa de una nueva forma de nombrar la pertenencia y la membresía política a una comunidad. Es decir, examinar estos novísimos tipos de movimientos sociales, el de los migrantes, puede aportar pistas para desbordar el imaginario instituido sobre el universalismo de los derechos humanos y el estatuto moderno y eurocéntrico de la ciudadanía. Pensar otras formas de nombrar nuestras apuestas políticas radicales para tener derecho a tener derechos.
No pensemos que el caso en el que centra su estudio, la experiencia de Cornellá Sin Fronteras, haga referencia a un movimiento de migrantes con mayor facilidad de coordinación, por tener una lengua común, o una realidad cultural semejante a la del lugar de destino. Todo lo contrario. Los perfiles de las personas migrantes son muchos y muy diversos: