jueves, 14 de diciembre de 2023

Perder por Ganar. La crítica-autocrítica como cultura militante. (La Saó)

 

 


 

En un mundo donde la fragmentación de la sociedad es una preocupación creciente en ojos de aquellas que miramos el horizonte buscando un futuro más digno, desde las organizaciones no podemos aportar más fragmentación, sino todo lo contrario, una de nuestras tareas es aportar unidad en la enorme diversidad de la lucha contra la dominación.

 Aportar claridad revolucionaria es poner nuevas (y viejas) ideas en el centro, pero también permitir que las polaridades, necesariamente presentes, no nos rompan. Político y personal, lucha y vida, cielo y tierra, día y noche. A veces, los opuestos, no son contrarios, son inseparables. Las polaridades nos deben ser útiles, nos deben servir para avanzar. Qué peligroso sería un camino sin debate, sólo con obediencia. De igual manera que la vida, la lucha encuentra impulso en la diversidad, debemos creerlo y hacer que sea nuestra fortaleza en lugar de nuestra debilidad. Desde las polaridades, pasando por el debate, llegando a la deseada unidad de acción.

 Estamos seguras de que reproducimos lógicas de dominación si no nos permitimos la duda, la revisión, si no permitimos al otro equivocarse o vacilar. Si no nos lo permitimos a nosotras mismas, ¿qué organizaciones estamos construyendo? ¿Y qué lugares de llegada estamos imaginando? ¿Cómo los haremos posibles? Si en el camino que es la revolución sólo hacemos y aprendemos de la batalla entre compañeras, no podremos alcanzar la vida libre porque no tendremos herramientas para habitarla. Somos menos de las que querríamos y no podemos perder fuerzas en este presente. Debemos perder la mentalidad dominante para ganar fuerza para construir el nuevo mundo que llevamos en nuestros corazones.

 

 Estos párrafos forman parte del texto que hoy os queremos acercar. Se trata de Perdre per Guanyar. La crítica-autocrítica com a cultura militant. un texto del colectivo catalán La Saó, cap a un procés revolucionari als Països Catalans (Hacia un proceso revolucionario en los Països Catalans), originalmente redactado en catalán, pero que, por los motivos que ahora vamos a explicar, hemos creído conveniente traducir (mecánicamente, con alguna corrección, perdón por los errores pues a las autoras).

 

Sucede que, cuando estamos asistiendo en Euskal Herria y diferentes zonas del Estado español a lo que parece una guerra abierta entre distintas opciones revolucionarias (el penúltimo capítulo sería la escisión de las antiguas UJCE), se agradece enormemente encontrar artículos con posicionamientos y reflexiones como las que recoge este artículo. Evidentemente, no las compartimos todas (por ejemplo, su lectura del legado histórico de la historia en relación a las herramientas de la crítica y autocrítica nos parece, cuando menos, muy parcial y poco objetiva, pero no es el tema de esta entrada), pero si queremos ensalzar el tono de la intervención, el llamamiento a no combatir entre distintas opciones revolucionarias y sí buscar espacios de encuentro y, sobre todo, sus ideas sobre qué es la militancia y cómo la crítica y autocrítica deberían ser parte imprescindible se la cultura militante. Señalemos que, como en otras ocasiones, algunas de esas reflexiones resuenan en parte a textos elaborados por Kimua. No es de extrañar, ya que sabemos de que entre ambas organizaciones hay una relación estrecha.

 Pues eso, que ojalá el ánimo y espíritu de las reflexiones salpicaran a otras opciones revolucionarias, y las semillas que esparce con el texto brotaran en los campos de batalla que ahora mismo han abierto como clara táctica política, no pocas de las opciones revolucionarias en la actualidad.

 

Zorionak eta 999 eZker La Saóko kidei!!

 

 
 
 
11 de diciembre, 2023
Perder por Ganar. La crítica-autocrítica como cultura militante.

 

 En tiempos de discusiones políticas enconadas y la presión de un mundo que se hunde, las militantes no podemos hacer otra cosa que impulsar la revolución en todos los ámbitos de nuestra vida.

 Esto no nos puede llevar a batirnos entre nosotros, sino a enfocar bien al enemigo y buscar el acierto. Fallaremos, las veces que sea, pero seguiremos organizándonos juntos porque es la única manera de luchar y vencer.

 Necesitamos ser más, muchas más. Por eso es necesario que nuestra apuesta revolucionaria no pise todos los márgenes en su avance por el camino, que no arrase sin permitirse mirar atrás. Necesitamos hacerlo mejor, mucho mejor.

 

Debemos perdernos para ganar

 El contexto actual en los PPCC y en el Estado español es de reagrupamiento de fuerzas, reestructuración de las mismas, de revisión de viejos ideales, de trazar nuevos... Para encararlo es imprescindible retirar las losas que nos pesan. Una de estas losas es la dificultad de superar los conflictos políticos y personales en el seno de los movimientos revoluciones.

 En un mundo donde la fragmentación de la sociedad es una preocupación creciente en ojos de aquellas que miramos el horizonte buscando un futuro más digno, desde las organizaciones no podemos aportar más fragmentación, sino todo lo contrario, una de nuestras tareas es aportar unidad en la enorme diversidad de la lucha contra la dominación.

 Aportar claridad revolucionaria es poner nuevas (y viejas) ideas en el centro, pero también permitir que las polaridades, necesariamente presentes, no nos rompan. Político y personal, lucha y vida, cielo y tierra, día y noche. A veces, los opuestos, no son contrarios, son inseparables. Las polaridades nos deben ser útiles, nos deben servir para avanzar. Qué peligroso sería un camino sin debate, sólo con obediencia. De igual manera que la vida, la lucha encuentra impulso en la diversidad, debemos creerlo y hacer que sea nuestra fortaleza en lugar de nuestra debilidad. Desde las polaridades, pasando por el debate, llegando a la deseada unidad de acción.

 Estamos seguras de que reproducimos lógicas de dominación si no nos permitimos la duda, la revisión, si no permitimos al otro equivocarse o vacilar. Si no nos lo permitimos a nosotras mismas, ¿qué organizaciones estamos construyendo? ¿Y qué lugares de llegada estamos imaginando? ¿Cómo los haremos posibles? Si en el camino que es la revolución sólo hacemos y aprendemos de la batalla entre compañeras, no podremos alcanzar la vida libre porque no tendremos herramientas para habitarla. Somos menos de las que querríamos y no podemos perder fuerzas en este presente. Debemos perder la mentalidad dominante para ganar fuerza para construir el nuevo mundo que llevamos en nuestros corazones.

 

Ética y estética: el cómo sí es importante

 En este entrelazado, aparecen la ética y la estética como aspectos claves para entender que la militancia no es una parte de nuestras vidas, sino que la es toda integralmente. El compromiso es parte de nosotros inseparablemente de lo que hacemos. Por lo tanto, desde aquí no podemos hacer más que entendernos como compañeras en lucha, día a día, y vernos en el otro, y hacer que el otro se vea en nosotros. Para llevar esto a cabo debemos dotarnos de herramientas que lo hagan posible. Una de las más potentes es la crítica y la autocrítica.

 La crítica-autocrítica parte de la necesidad fundamental de ser resilientes, individual y colectivamente. Nace de la necesidad de ser el cambio que queremos y de querer, decididamente, buscar el acierto en nuestras propuestas. Nace para revisar, rectificar y avanzar. Para no encallarnos y para poder ir más allá de lo que estamos haciendo. Nace sobre todo, para destruir lo que nos hace perder: el sistema de dominación, también dentro nuestro.

 Es por ello que la crítica-autocrítica no puede funcionar sólo sobre una parte de nuestra vida, de aquello que "tradicionalmente" hemos entendido como militancia sino que es necesario que vaya a lo más profundo y a lo más cotidiano de nuestras apuestas, personalidades y prácticas. Si queremos ser y hacer la revolución hay que ser puente hacia estas y eso solo lo conseguiremos siendo conscientes de que nosotros, a veces, también somos el enemigo.

 La modernidad capitalista ordena y commpartimenta nuestras vidas, nos separa de la posibilidad de estar con las demás, de pensarnos con otros. Nos enfrenta, hace que lo deseable sea entender nuestra acción enfrentada con el resto. El neoliberalismo es un modelo basado en la concepción de la libertad como la falta de leyes y límites para exaltar la individualidad y fortalecer el mercado. Este se infiltra y articula casi la totalidad de quiénes somos, también cómo nos relacionamos con la lucha, con las compañeras, con cómo trazamos estrategias.

 El individualismo toma nuestras ideas más egoístas para desligarnos de la sociedad, y nos lleva a coger caminos sin salida que, tarde o temprano, nos estallan en las manos. Ciegos de falsas verdades, buscando la propia de cada uno, nos olvidamos de que la construcción colectiva es la única que nos puede acercar a la verdad que nos la fuerza revolucionaria que tanto nos falta.

 Parece obvio, pero cuando nos centramos en las diferencias, o las vamos a buscar para afilarlas y usarlas contra las compañeras, generamos heridas que son precedentes del dolor y el enfrentamiento. Enfrentarnos, poner en conflicto las ideas, problematizar los pasos tácticos que se toman no es lo que nos preocupa. Cuestionarnos y confrontar planteamientos es la manera de construir propuestas más aterradas y adecuadas al entorno y realidades diversas que condicionan la existencia y las formas de hacer y ser de las luchas. Pero buscar esa confrontación para dejar la herida abierta, consciente de que salir menos herida te hace más fuerte que las demás, la hace más difícil de curar.

 

Crítica-autocrítica como cultura militante

 Las militancias separadas de la vida en el sentido más amplio nos han llevado a ser pocas, a construir nuestras propias burbujas en las que reproducirnos sin más, como si el objetivo fuera sobrevivir. No hemos venido a eso, hay que ir más allá y poder revisar profundamente lo que nos ha llevado a una posición de estancamiento. La crítica y la autocrítica son herramientas que nos deben permitir esto, en un constante circuito circular, pero no sólo como simples técnicas, sino como una cultura militante.

 Estas herramientas, en tanto que culturales, son por definición, colectivas. Por un lado, porque únicamente tienen sentido en procesos de cambio políticos con objetivos comunes. Nuestra fuerza individual está al servicio de estos objetivos comunes y, por tanto, debemos pulirla hermosamente.

 Por otro lado, porque sólo son útiles, verdaderamente, si hay muchos ojos, muchos oídos y muchas mentes poniendo atención en analizar nuestro pensamiento y nuestra práctica. Ya que la vida y, por tanto, la lucha, no son simplemente un acuerdo entre individualidades, si no una construcción colectiva, convirtiéndose en el camino en un organismo social fuerte Lo suficientemente fuerte para crecer sin perder sus principios, defenderse sin limitar su acción, para ser flexibles cuando es necesario y tozudas en su caso y aglutinar la diversidad en la unidad.

A menudo encarnamos al enemigo, y por lo tanto la crítica-autocrítica nos hace entender que el cambio pasa también por nosotros. Si no comprendemos esto acabaremos reproduciendo la dominación pensando que, simplemente, tomando nuevas herramientas y nuevos mecanismos haremos cambios significativos. El cambio está en entender que es algo más profundo.

 Debemos repensarnos fuera de este sistema para estar realmente en oposición y luchar con éxito. Cuando nos unimos a un movimiento revolucionario, lo hacemos con todas las características que nos ha enseñado el sistema. Por descontado, hay algunos rasgos del pensamiento dominante que rechazamos: por eso nos sumamos. Pero no hemos analizado completamente esta estructura. Cada una de nosotras es en realidad un sistema propio, una personalidad.

 Así pues, debemos entendernos a nosotras mismas. Cuanto más intensamente tratemos cuál es la ideología de la liberación, más éxito tendremos en rechazar la dominación.

 Haciéndolo sencillo, por un lado tenemos el mundo que deseamos construir, basado en valores de libertad, y por el que estamos luchando; por el otro lado, tenemos el Estado, erigido en la explotación y la opresión, el sistema que quiere mantenernos en cautividad. Hoy por hoy estamos a medio camino entre los dos. La herramienta de la crítica y la autocrítica empieza en este punto.

 

El método: valores, perspectivas, aspiraciones comunes.

 Pero, ¿cómo nos criticamos? ¿Cómo evidenciamos estas contradicciones que llevamos dentro en nosotros y en las compañeras? ¿Cómo las recibimos y hacemos trabajo a partir de estas críticas y autocríticas?

 En primer lugar, teniendo una base común. La autocrítica significa exponer los efectos del sistema sobre nosotras mismas y luchar contra ellos. Por lo tanto, para saber desde dónde empezar a hacer críticas, antes debemos identificar y tener un consenso sobre qué forma parte de la dominación y qué no. De qué manera el sistema ha ocupado nuestra práctica, nuestros pensamientos; y sobre todo, hacia dónde queremos ir, cuáles son los valores que queremos incorporar, reproducir, y extender.

 También, aprendiendo a hacerla y a recibirla. Poniendo conciencia en que la crítica no se dirige a la persona como individuo, sino a las características de su comportamiento ligado con el sistema de dominación, viendo la sociedad y la historia en el individuo. Del mismo modo, nos apelan a todas, nos llaman a responsabilizarnos más allá de quien la recibe.

 Las críticas debemos hacerlas alineadas con la perspectiva revolucionaria, construyéndolas desde la perspectiva de clase, afilándolas con el cuestionamiento de actitudes patriarcales y evidenciando comportamientos racistas y coloniales.

 Aspiramos a implementar la crítica-autocrítica cotidianamente en nuestras vidas y militancias. En espacios dedicados exclusivamente a este propósito, ya sea al final de un encuentro, reunión o acto; como en momentos más extensos. Son procesos en los que cada participante debe tener la oportunidad de emitir críticas y autocríticas sin réplica inmediata. Complementariamente, la misma crítica debe evitar repetirse una vez que ya se haya dado, para evitar caer en el señalamiento y el ataque. Finalmente, se cierra con la oportunidad de que cada una de las participantes haga sugerencias o propuestas de mejora.

 Este formato fomenta un medio más eficiente y disciplinado en el que cada militante puede contribuir a la mejora individual y colectiva. Además, alivia el miedo al conflicto que a menudo puede llevar a que una persona no se exprese.

 Paralelamente, podemos complementarlo con el envío de informes regulares a la organización donde nos analizamos de manera autocrítica qué rasgos del sistema estamos reproduciendo y dónde comunicamos los avances y las alegrías, así como los miedos y las limitaciones.

 Una parte fundamental de la crítica-autocrítica es el acompañamiento. Todas las críticas se hacen y se reciben con responsabilidad. Esto quiere decir que debemos saberlas y desarrollarlas con respeto y camaradería, apoyándonos en el camino para entenderlas y superarlas. Este camino revolucionario no entiende de culpa ni de hostigamiento, así como tampoco de juicio ni de hostilidad.

 En nuestro contexto debemos ser capaces de implementar esta dinámica en las reuniones, en las organizaciones políticas, en los colectivos donde militamos, en las casas donde vivimos, en el trabajo, etc. hasta que se convierta en algo rutinario y sea tan natural como comer o reír juntos.

 

Legado histórico

 La crítica y la autocrítica son herramientas extensamente desarrolladas, en el marco de las organizaciones políticas, por el comunismo ruso y, sobre todo, chino. Tiene su origen en la propia dialéctica marxista como método para resolver las contradicciones entendidas como fuerza dinámica que permite transformar la realidad. Coge su fuerza al ser una herramienta indispensable para garantizar la democracia en las organizaciones.

 Mao fue uno de los primeros representantes en dar tanta importancia a estos métodos, con la voluntad de que se convirtieran en una cultura propia del Partido. Mao sabía que esta cultura que quería impulsar era propia también de la sociedad china y por eso podría tomar tanta fuerza y convertirse en clave para el movimiento revolucionario: "Revisar regularmente nuestro trabajo, desarrollar durante el proceso de revisión el estilo democrático de trabajo, no tener miedo a la crítica ni a la autocrítica y aplicar aquellas máximas populares chinas tan buenas como: digas todo lo que sepas y dígalo sin reservas, no culpes a lo que hable, más bien, toma sus palabras como una advertencia y corrige tus errores, si los has cometido, y guardate de ellos si no has cometido ninguno. He aquí la única forma eficaz de evitar que el polvo y microbios políticos infecten la mente de nuestros camaradas y el cuerpo de nuestro Partido. "

 Seguido de la URSS y China estas ideas han impregnado la práctica de muchos partidos comunistas de todo el mundo así como la de otras organizaciones y movimientos revolucionarios. Un ejemplo son las Panteras Negras en Estados Unidos. Su militante Assata Shakur lo expresa muy bien a lo largo de sus memorias y lo relata muy concretamente en esta cita: "La crítica constructiva y la autocrítica son extremadamente importantes para cualquier organización revolucionaria. Sin ellos, la gente tiende a ahogarse en sus errores, no a aprender de ellos. "

 Para finalizar, uno de los exponentes más destacados en la actualidad de esta cultura es el movimiento kurdo y, en concreto, el movimiento de mujeres del Kurdistán. En los años 90 durante una tregua entre el Partido de los Trabajadores del Kurdistán y Turquía, el partido se centró en desarrollar el análisis organizativo y político.

 Paralelamente las estructuras autónomas de mujeres se desarrollaron gradualmente. Los hombres tenían una gran influencia que muchas veces hacía que su lucha se redujera a la liberación nacional con una clara línea marxista-leninista. Las mujeres de la organización criticaron el enfoque patriarcal y el pensamiento militar e insistieron en desarrollar el análisis del individuo y su progreso. De este periodo podemos citar lo que fue el resultado ideológico del debate y el trabajo organizativo del V Congreso del PKK en 1995: "El 5% de nuestra lucha es contra nuestro enemigo, 95% es contra nosotros mismos." Ese año fue también un punto de inflexión con una firme crítica al marxismo-leninismo ortodoxo.

 

Luchamos por ser fuertes y nos hacemos fuertes para luchar.

 En nuestro «ahora» y nuestro «aquí» cada vez tenemos más claro que juntos somos más fuertes. Tenemos claro que nos hace falta la diversidad que enriquece, la firmeza que empuja, la radicalidad que sostiene y la unidad que fortalece.

 Estamos alentando, al mismo tiempo, que lo común se puede construir en nuestro «ahora» y el nuestro «aquí», y que para hacerlo también debemos construir el «nosotros». Que esto no es fácil, que nos hace falta compromiso, disciplina y sinceridad. Que nos sobra egoísmo, rencor y competición. Para poder sacar las garras y desplegar las alas debemos sacar cadenas que nos atan a la dominación. Y no lo podemos hacer solas. Tenemos métodos, tenemos el objetivo y tenemos la convicción. Con los errores, ensayos y caídas, haremos camino.

 

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