miércoles, 14 de septiembre de 2022

Por un nuevo imaginario rebelde, afrontar la guerra desde abajo y a la izquierda (Zibechi)

 


 

El título de esta entrada hace referencia a los dos sustanciosos artículos recientes de Raúl Zibechi que os acercamos. Aunque él los ha escrito centrándose en lugares/conflictos distintos, creemos que estará de acuerdo en la relación que establecemos entre ellos. Como después de leerlo habrá quien interprete erróneamente una “conversión al pacifismo” por parte de Raúl, en este otro artículo Violencia, no violencia y pacifismo, de hace pocos meses, deja clara su opinión al respecto.

Por cierto, que no está de más recordar el análisis sobre la situación en Ucrania que hacía Zibechi mes y medio antes de la invasión rusa:

La OTAN está dispuesta a instalar armas en Ucrania, capaces de alcanzar Moscú en apenas cinco minutos. Rusia está dispuesta a impedirlo, aún al precio de invadir su ex república soviética.

(Desinformémonos, 10-01-2022)

Como en este caso hacemos con los de Raúl, la intención de Iraultzak lagunduz es la de acercar también artículos de opinión relacionados con las cuestiones que abordamos en el blog. Y, por supuesto, estamos totalmente abiertas a sugerencias que nos queráis enviar (bien en los comentarios, bien enviando un correo a iraultzaklagunduz@gmail.com)

Que os sea de provecho el menú zibechiano….



Por un nuevo imaginario rebelde

Desinformémonos 12-09-2022

Durante dos siglos, desde la revolución francesa, el imaginario colectivo sobre el cambio social giró en torno a la entrada de varones blancos armados en los centros del poder estatal. La toma de la Bastilla y el asalto al Palacio de Invierno por contingentes en armas, se convirtieron en el sentido común y en emblema de la revolución posible y deseable.

En todos los procesos revolucionarios, incluyendo los del Sur del planeta, la imagen del ingreso de las tropas en los centros de poder modeló la imaginación de quienes luchamos por otro mundo. A tal punto, que revolución se convirtió en sinónimo de la toma del poder, con fechas muy precisas como el 14 de julio en Francia y el 7de noviembre en Rusia.

Este imaginario incluye lugares y fechas, pero también hombres en armas que hicieron posible el asalto al poder. De modo que revolución y guerra se fueron convirtiendo en sinónimos. Nunca fue posible concebir revoluciones, o sea cambios completos del orden existente, el paso de un sistema a otro, sin que mediara la acción armada de ejércitos populares, de milicias armadas o guerrillas.

Este sentido común se extendió en el tiempo hasta las guerras centroamericanas, en particular las de Guatemala y El Salvador. Aún sabiendo los fracasos de las revoluciones anteriores, que derivaron rápidamente en regímenes autoritarios, insistimos en seguir en el mismo camino a pesar del dolor y la muerte, a pesar de que las fuerzas del cambio terminaron por parecerse demasiados a las fuerzas del sistema.

La toma del poder fue considerada como la “lucha final”, como reza uno de los párrafos de la Internacional, que entonamos con fervor y puño en alto. La imagen era la de una larga travesía, plagada de dolores y sufrimientos, para llegar al lugar deseado, algo así como el socialismo o un mundo sin tantas opresiones y sin explotadores.

Esta concepción de la revolución comenzó a modificarse con el alzamiento zapatista del 1 de enero de 1994. Los cambios en el imaginario fueron llegando de forma paulatina, a medida que fuimos conociendo sus propuestas: conformación de un ejército rebelde dirigido por las comunidades organizadas en torno al Comité Clandestino Revolucionario Indígena, rechazo a la toma del poder estatal como objetivo central de la lucha, construcción de mundos nuevos en los espacios recuperados, la centralidad de las autonomías de abajo y apuesta la sociedad civil.

Más adelante vimos nacer los municipios autónomos, las juntas de buen gobierno y lo caracoles, que se fueron expandiendo hasta totalizar más de 40 centros de resistencia zapatistas. El papel de las mujeres fue, desde el comienzo, mucho más relevante de lo que había sido en procesos revolucionarios anteriores.

La formación del Congreso Nacional Indígena, primero, y más recientemente del Concejo Indígena de Gobierno, mostraron una apuesta a expandir el proceso de organización de abajo todo México.

Sin embargo, las propuestas más recientes como la candidatura de Marichuy a la presidencia y la decisión de asumir la “resistencia civil pacífica”, revelan nuevos horizontes que en mi opinión no han sido asumidos en toda su dimensión por quienes apoyamos al zapatismo y somos incluso adherentes de la Sexta Declaración de la Selva Lacandona.

Estando estos días en Chiapas, habiendo dialogado con miembros de la Junta de Buen Gobierno “Nuevo Amanecer en Resistencia y Rebeldía por la Vida y la Humanidad”, en el Caracol 10, con la comunidad Nuevo San Gregorio y diversos colectivos de San Cristóbal de las Casas, me fue posible comprender algo más sobre el camino que han tomado los zapatistas, en particular la lucha pacífica por un mundo nuevo.

Resistir y construir sin responder violentamente a las numerosas y graves provocaciones, a menudo muy violentas, de grupos armados al servicio del gobierno y el capitalismo, es una decisión que debemos valorar en toda su grandeza política y ética.

En pocas palabras: el EZLN y las bases de apoyo no quieren responder con guerra a la guerra, porque conocen de cerca las experiencias centroamericanas y su deriva última, consistente en rendirse e integrarse al sistema por la vía electoral. El costo de esas guerras lo han pagado los pueblos originarios y campesinos. Las llamadas vanguardias se han reposicionado siempre en nuevos espacios para seguir su lucha por llegar al poder estatal.

Seguir adelante con la resistencia pacífica y seguir construyendo lo nuevo, como hacen las cuatro familias de Nuevo San Gregorio, requiere una entereza espiritual y ética que debería admirarnos. Por lo menos, a mi me conmueve. No es lo mismo luchar cuando somos miles ocupando las grandes alamedas, que cuando somos un puñado rodeados de enemigos armados dispuestos a desplazarnos o matarnos.

Seguir apegadas a los acuerdos como hacen las bases de apoyo zapatistas, seguir siendo lo que son sin ceder a la tentación de la violencia, es mucho más difícil de lo que podemos imaginar. Por eso creo que debemos tomarnos muy en serio la resistencia de las bases de apoyo, aprender de su terca voluntad y solidarizarnos con ellas.




Afrontar la guerra desde abajo y a la izquierda

Desinformémonos 13-06-2022

La invasión rusa de Ucrania ha trastocado la vieja política hasta volverla inútil e incapaz de sobrevivir en los nuevos tiempos. La gravedad de la situación nos confronta con formas de acción colectiva que no parecen estar a la altura de las circunstancias. La manifestación, la recogida de firmas y la denuncia, siendo necesarias, no van a detener la guerra y pueden desmoralizar a los movimientos que creen estar aportando su granito de arena para el retorno de la paz.

Para las personas anticapitalistas del mundo, se nos presenta un primer dilema. Rebajar o minimizar la importancia de la agresión de Rusia porque quienes se le oponen, como Estados Unidos, Inglaterra y Francia, hayan invadido medio mundo, sería un desastre ético sin vuelta atrás, porque no se pueden medir acciones similares con varas diferentes.

De ahí que la denuncia clara y tajante de la invasión rusa y la solidaridad con la población ucraniana, no admitan matices. Que en Ucrania haya neo-nazis, como los hay en buena parte del mundo, no puede justificar la invasión ni la intromisión extranjera.

Ante las dictaduras, ya sean de Videla, Pinochet o de Franco, los militantes de izquierda nunca pedimos una invasión para derribarlas, sino que confiamos en las fuerzas populares para dar cuenta del despotismo. Que el régimen ucraniano sea deplorable, que esté aliado con los neo-nazis, con el Pentágono y las fuerzas más oscuras de Europa, no permite justificar la invasión ni atenuar la responsabilidad del régimen ruso.

Los movimientos nos enfrentamos a algo nuevo: la invasión la realiza una potencia distinta a las que habitualmente denunciamos. Para una parte de la izquierda, por lo menos en América Latina, Rusia sería algo así como un aliado contra Estados Unidos o, por lo menos, sus acciones no deben igualarse a las del Pentágono.

Formas de ver que se abren paso en todos los sectores políticos y aún en los movimientos. Esta no es una guerra de Oriente contra Occidente, ni de las democracias contra las dictaduras. Es una guerra de agresión, en primer lugar; y, en segundo, es una guerra entre potencias imperialistas, entre las cuales identifico a Rusia, Estados Unidos y la Unión Europea, aunque en el futuro puedan incluirse otras.

Pero el tema central es otro. ¿Quiénes serán los posibles sujetos contra la guerra? Una parte considerable de las izquierdas piensan que son los Estados. Los que hacen las guerras serían los encargados de ponerles fin. Un contrasentido que no puede sostenerse, porque todos los Estados alimentan, de algún modo, el conflicto. Creo que hay que voltear la mirada hacia abajo, porque son los pueblos los que están realmente interesados en poner fin a la guerra.

En América Latina tenemos una larga experiencia con las guerras, que puede contribuir a un debate sobre los modos y los caminos para desarmar las guerras, toda vez que las estamos sufriendo desde hace décadas, si no siglos. El problema es que cuando se trata de guerras que no son entre Estados, sino contra los pueblos, su visibilidad mediática es casi nula o, peor, se la atribuye a grupos narco o paramilitares, como si fueran algo diferente a  las guerras de despojo.

Lo cierto es que en nuestro continente vivimos una guerra contra los pueblos, aquí y ahora. En México son ya 100 mil desaparecidos y 300 mil muertos en el marco de la “guerra contra las drogas”, más de un tercio en años del gobierno de Andrés Manuel López Obrador.  

En Colombia son más de 80 mil desaparecidos (https://bit.ly/3xS1WSU ), cada año se registran más de 90 masacres, son 260 mil los asesinados por la guerra interna y más de seis millones de desplazados forzados en las últimas décadas, siendo el país del mundo con más desplazados después de Siria, y ahora Ucrania (https://bit.ly/38ozPA4).

La guerra es la vida cotidiana para campesinos, pueblos originarios y negros de nuestra región. Guerras de despojo con consecuencias dramáticas para la vida de millones de personas.

Pueblos y movimientos han decidido no enfrentar la guerra con guerra, porque las asimetrías nos convierten en lo que no somos. Por un lado, estaríamos facilitando la prolongación indefinida de este modelo de acumulación de riquezas por la guerra. Por otro, en las guerras siempre pierden los de más abajo: entre nosotros, pueblos originarios, negros y mestizos, pobres de la ciudad y del campo.

Pero la economía y la política de la guerra no van a caer solas, por sus contradicciones internas o por nuestra coherencia ética. Debemos enfrentarlas; el asunto es cómo. Hasta ahora, los pueblos de este continente han priorizado la deserción del sistema, la no colaboración, la organización rigurosa y la construcción de autonomías que nos permitan contar con economías propias, sistemas de salud y de educación, de justicia y de toma de decisiones por fuera de las instituciones estatales, y también defenderse en base a criterios decididos en asambleas comunales.

No confían en los Estados, ni en las fuerzas armadas y policiales que son parte de la guerra y trabajan junto al narcotráfico para someter a los pueblos. Desconfiamos de los Estados por nuestra experiencia de décadas y siglos, porque son la organización de la muerte al servicio de los poderosos. Por eso necesitamos las autonomías, para cuidar la vida y la madre tierra. No podemos dejar algo tan importante como la paz, y la vida, en manos de gobiernos, Estados y militares.

Los pueblos de raíz maya organizados en el EZLN, han elegido el camino de la resistencia civil pacífica. No pagan impuestos al Estado que son utilizados para armar a las manadas genocidas. No les piden nada, ni reciben nada de los gobiernos. Defienden con sus cuerpos los territorios autónomos.

No es lo mismo hacer la guerra que defenderse. La guerra se propone aniquilar al enemigo, por eso los dos ejércitos terminan siendo idénticos. Para defendernos es necesario, en primer lugar, comunidades y personas organizadas. Aún así, no podremos detener la guerra, porque es el modo de existencia del capitalismo. 

No podemos evitar que las manadas de machos armados provoquen muerte. Cómo afrontarlos, cómo defender la vida, debería es el debate central en estos tiempos difíciles. Los pueblos ya están decidiendo cómo: ahí están la guardia indígena nasa en el Cauca Colombia; las guardias cimarrona y campesina en la misma geografía; las organizaciones mapuche anticapitalistas….

Las variadas formas de autodefensa de los pueblos, están mostrando que es posible luchar contra la guerra sin apelar a las manadas armadas de los Estados, y sin reproducirlas.


 

 

 

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