sábado, 22 de junio de 2024

¿Hacia una nueva guerra civil mundial? (Maurizio Lazzarato)

 


 

 

Occidente está muerto, pero no lo sabe o prefiere no saberlo. El genocidio en directo marcó su certificado de defunción, el punto de no retorno.

El fin de su hegemonía desatará una violencia de la que empezamos a tener una idea con el genocidio en curso. Sin duda llevará tiempo, pero parece irreversible. La pregunta que cabe formularse, entonces, es: ¿quién ganará y con qué nueva «tabla de valores»? ¿Qué orden global y local impondrán los ganadores? ¿Y cómo actuar en un interludio que corre el riesgo de ser duradero, incluso porque no es la imposición del caos una opción que deba descartarse?

La decadencia de Occidente debería especificarse como la decadencia del hombre occidental, blanco y varón, capitalista y colonialista, animado por una sed infinita de apropiación del otro, de la naturaleza, de las mujeres, de la riqueza, institucionalizados en la propiedad privada, el único valor verdadero de nuestra sociedad.

El par de conceptos de Nietzsche citados anteriormente por Benjamin deberían reformularse hoy de esta manera: el «buen occidental» y el «último hombre» se fusionan en el concepto del «último occidental», el hombre que no quiere morir, que no tiene el coraje de superarse a sí mismo, que es incapaz de inventar una nueva humanidad, pero reproduce guerras y genocidios porque considera su raza «tan inextinguible como la de las pulgas».

Solo a condición de superar al último occidental, una parte de la cultura que fue elaborada en Europa podrá contribuir a la construcción de una política y de una cultura no capitalistas

 

 

Estas contundentes afirmaciones son parte del texto que os queremos acercar en esta oportunidad ¿Hacia una nueva guerra civil mundial? (Tinta y Limón y Traficantes de Sueños, 2024), de Maurizio Lazzarato.

 

Lazzarato es un autor cuya perspectiva revolucionaria de fondo no compartimos, a la que quizá se podría calificar como leninista, pues como él mismo dice en el texto: Me siguen llamando leninista como si fuera una ofensa, pero no veo a quién acudir para hablar de guerra, guerra civil y estrategia, es decir, del presente. Al obrerismo, al postobrerismo, a la escuela de Frankfurt, a Deleuze y Guattari, a Foucault, a la teoría del Homo Sacer, a Negri y Hardt, a Judith Butler, a varios feminismos, a Rancière, a Badiou, a Laclau, etc. Todas estas teorías literalmente implosionan ante la guerra y la guerra civil. Podemos recuperar conceptos de cada una de ellas, pero solo insertándolas en el marco de la guerra y la guerra civil. El último debate serio sobre estas cuestiones lo iniciaron los revolucionarios de la primera mitad del siglo xx, y es a partir de aquí que podemos empezar a entender cómo continuar, reinventándola, esta gran tradición

 

Aclaremos, no obstante, que en su texto se pueden encontrar coincidencias expresas con autoras como Silvia Federici o Raquel Gutiérrez. Pero, más allá de coincidencias o divergencias con su perspectiva revolucionaria, el texto de Lazzarato creemos que pone sobre la mesa análisis, debates, interrogantes y críticas que -sea cual sea nuestra perspectiva- haríamos bien en tener en cuenta, pues inciden en algunas cuestiones que nos parecen fundamentales. Por eso, más que entrar al debate sobre las tesis del autor, vamos a recoger algunas de esas cuestiones aludidas, que probablemente os lleven a la lectura más completa del texto, al menos a partir de la página 100, que, a nuestro entender, es cuando comienzan las aportaciones más interesantes.

 

Como ya hemos visto en los párrafos que encabezan esta entrada, en el texto encontramos una crítica tan aguda como, a nuestro entender acertada, sobre el europeísmo capitalista:

 En lugar de invocar la angustia psíquica y el «mal», deberíamos «mirar a los ojos al hombre de hierro forjado por la sociedad capitalista para aprehender al monstruo, al monstruo cotidiano [...] La burguesía, como clase, está condenada, lo quiera o no, a cargar con toda la barbarie de la historia, con las torturas de la Edad Media y con la Inquisición, con la razón de Estado y con el belicismo, con el racismo y con el esclavismo», nos dice siempre el poeta.

(…) La modernidad, la ilustración, el constitucionalismo, el derecho, el liberalismo, el orgullo de la civilísima Europa, siempre han tenido, durante siglos, su opuesto en las colonias, administradas por las potencias europeas más modernas y más ilustradas, donde todos estos hermosos inventos no eran válidos, sino solo la violencia ilimitada de la acumulación original: «En general, la esclavitud velada de los trabajadores asalariados en Europa necesitaba el pedestal de la esclavitud sans phrase en el nuevo mundo» (Marx), con la aclaración de que la acumulación original continúa y acompaña, incluso hoy, el desarrollo de capital y democracia

 

Pero también en relación a las teorías políticas revolucionarias eruocentristas:

 (…) El eurocentrismo es una falla de fábrica de nuestras teorías y afecta también a la forma de entender la democracia, concebida como patrimonio de Occidente, construido en oposición a los sistemas de los pueblos «bárbaros», a los que esta se les debe imponer junto con el capitalismo. La ideología colonial de civilización que hay que enseñar a los salvajes se ha transformado en un choque de civilizaciones en el que la democracia debe ser exportada.

Esta última no puede analizarse aisladamente, como forma institucional, de gobierno, como derecho a la autofecundación, porque el desarrollo de los sistemas políticos europeos siempre debe ponerse en relación con el Nomos de la tierra que los hizo posibles, es decir, con la constitución del mercado mundial y sus divisiones planetarias, de la misma manera que no es posible reducir la producción y la explotación a las fábricas del Norte, como tiende a hacer el marxismo occidental e incluso el obrerismo italiano; el punto de vista obrero no puede abarcar la totalidad de la explotación y del poder, y no porque carezca de una teoría del Estado, sino porque el racismo, el sexismo, el trabajo servil, la esclavitud son tan necesarios como el trabajo asalariado. La división económica entre el Norte (trabajo asalariado) y el Sur (trabajo servil y esclavo) se duplica por una división política.

Es porque en el Nuevo Mundo había «tierras libres» («libres» de derechos de propiedad porque estaban «deshabitadas» —como ayer y hoy Palestina para los sionistas—, objeto de apropiación por parte de los Estados europeos mediante una violencia sin límites, sin derechos, sin leyes) que fue posible desarrollar relaciones entre los Estados europeos basadas en constituciones, derechos, principios, primero constitucionales y luego también democráticos.

La democracia de unos pocos europeos presuponía la no democracia de muchos no blancos (así como el bienestar de los primeros presupone la miseria de los segundos)

 

El texto de Lazzarato también aporta críticas a quienes ven posible una revolución cotidiana basada en el quehacer de los movimientos populares:

 Concentrar la estrategia del cambio solo en la vida cotidiana, solo en el presente, solo desarrollando prefiguraciones de formas de vida, de comunidad, de vidas liberadas y espíritus libres (condiciones que, en las sociedades actuales, se practican individualmente sin hacerlas pasar por proyectos políticos que no pueden ser), sin identificar un enemigo y organizarse para combatirlo, se ha demostrado como una estrategia absolutamente impotente y destinada al fracaso, precisamente porque no se articulan los dos niveles, macro y micro, en los que se mueven el poder del Estado y la acumulación de capital.

La socialidad de prefiguración de los movimientos que se desarrolla en actividades que, en lugar de dirigir sus reivindicaciones al Estado, quisieran tener un impacto inmediato en la sociedad (aquí el ejemplo orgánico: «boicots, mercados de agricultores, grupos de compra solidaria, agricultura comunitaria, comunidades de semillas de código abierto, comunidades de torres de energía y tránsito, bancos de tiempo, huertos urbanos, cohousing, ecoaldeas, procomún digital, ocupación y autogestión de fábricas, viviendas y otros espacios, incluyendo las plazas en la medida en que se convierten en objetos de (re)apropiación en lugar de seguir siendo meros teatros de protesta») no contaminan prácticamente a nadie, porque a su alrededor crece el fascismo, el racismo, el egoísmo, la vulgaridad cultural, la miseria de la producción mediática y de la pobreza real, la explotación y la guerra.

 

Igual que lo hace con quienes aspiran a la revolución desde la particularidad:

 En la era de la desorientación política, circulan peligrosas ilusiones según las cuales la revolución se declina ahora de acuerdo a la particularidad de los movimientos: la revolución feminista, la revolución decolonial, la revolución ecológica.

Lo que queda del movimiento obrero y sindical tiene el buen tino de abstenerse, porque sabe que la derrota, en el terreno fundamental del trabajo, continúa, incluso parece reproducirse sin fin. Evidentemente esto puede ser cualquier cosa (movimientos radicales, lanzamiento de proyectos de ruptura, desencadenamiento de procesos revolucionarios, etc.) menos revoluciones, porque vivimos, por el contrario, dentro de un férreo dominio de la contrarrevolución que se va transformando, por sus contradicciones internas, por sus imposibilidades ligadas a la dinámica de la acumulación de capital y a los enfrentamientos de clases, en guerra entre imperialistas en el exterior y en guerra civil en el interior. Las proclamadas revoluciones son incapaces de contrarrestar mínimamente, como lo habían hecho los movimientos y revoluciones de los siglos xix y xx, la acción de los capitalismos y de los Estados, que, por el contrario, han acentuado su sexismo, su racismo, su uso de combustibles fósiles, su explotación, en un marco político en el que la democracia convive armoniosamente con la extrema derecha. Los grandes movimientos feministas nacidos en América Latina, que Silvia Federici considera con razón potencialmente entre los más importantes, no han sido capaces de desarrollar un proyecto revolucionario que implique a todos los componentes del proletariado. Constatada la impotencia del proyecto a la hora de oponerse a la contrarrevolución capitalista, una gran parte del proletariado se ha vuelto, en cambio, hacia la extrema derecha. Chile y Argentina son países que muestran tanto la fuerza como las debilidades de estos movimientos, porque difícilmente logran, a pesar de los intentos realizados, medirse con el poder en su conjunto.

Sería muy útil que estos movimientos hicieran un balance de las gravísimas derrotas sufridas tanto en Chile como en Argentina, porque habría mucho que aprender de los límites de los análisis y propuestas desarrollados en las últimas décadas, en comparación con la estrategia vencedora del enemigo.

 

Con parecernos oportunos algunas de las críticas y consejos de Lazzarato, nos llama la atención que no contemple en lo sucedido en Chile (pero también en Bolivia, en Ecuador, en parte en Colombia) como el principal error del movimiento, haber abandonado su base popular y comunitaria, para depositar la confianza en partidos y plebiscitos. Aunque más aún nos resulta extraño y paradojo que en sus análisis, como les sucede a tantas otras gentes, no haya cabido para las dos revoluciones en marcha que podrían trastocar algunos de sus esquemas, la zapatista y la kurda.

 

Pero, en un libro que tiene por motivo central la posibilidad de una nueva guerra civil mundial, no queremos cerrar nuestra selección de párrafos de libro sin recoger algunos análisis y datos sobre la militarización en marcha, que a veces echamos en falta en algunos textos de organizaciones revolucionarias que se oponen a esa militarización:

 Definitivamente, la «gobernanza» mundial se llama guerra y operaciones policiales, no se trata de biopolítica ni de neoliberalismo. No es la única razón, ni la principal, pero con la guerra, de 100.000 millones de ayuda a Kiev, 60.000 millones nunca salieron de Estados Unidos porque fueron a parar a pedidos para la industria militar norteamericana, un sector estratégico del funcionamiento del capitalismo que regula el ciclo de acumulación, constituyendo el correspondiente de las exportaciones en el imperialismo clásico, abasteciendo la demanda necesaria para la realización de plusvalía.

El secretario de Estado estadounidense Antony Blinken es más consciente que los críticos del capitalismo de la función de motor económico/político de la industria bélica. Repitió, con respecto a la financiación israelí, la cínica declaración que ya había hecho sobre la financiación de la guerra contra los rusos:

Si se fijan en las inversiones que hicimos en la defensa de Ucrania [...], el 90% de la ayuda a la seguridad que proporcionamos se gastó en realidad aquí en Estados Unidos, con nuestras fábricas, con nuestros fabricantes [...] Esto creó más puestos de trabajo estadounidenses y más crecimiento en nuestra economía

(…) Occidente, para no implosionar, debe convertirse en una economía militar. No se trata solo de recortar el gasto público para liberar recursos para armamento, sino de reorganizar la producción para la guerra. El ministro alemán de Defensa afirmó que, a finales de esta década, Europa estará en guerra con Rusia. El almirante Bauer, comandante del Comité Militar de la otan, compuesto por los jefes de Estado Mayor de todos los países de la otan, precisa y detalla: «Tenemos que darnos cuenta de que no es una conclusión inevitable que estemos en paz. Y por eso [las fuerzas de la otan] nos estamos preparando para un conflicto con Rusia». Pero el discurso también debe implicar a la producción y a la población: «Hay que poder contar con una base industrial que pueda producir armas y municiones lo suficientemente rápido como para continuar un conflicto si nos vemos implicados». Y al mismo tiempo revisar la organización del ejército, que no puede limitarse a reclutar profesionales, por lo que el almirante empieza a hablar de movilización, reservistas o reclutamiento: «Hay que tener un sistema para encontrar más gente si llega la guerra, tanto si llega como si no». Incluso los militares empiezan a darse cuenta de que la guerra, como la producción, no se hace con inteligencia artificial, sino con hombres.

Los llamamientos a la militarización de toda la sociedad se multiplican. Sir Patrick Sanders, jefe del ejército británico, declaró en enero de 2024: «En caso de guerra con Rusia, la fuerza aérea no es suficiente. Ahora necesitamos soldados de tierra y una movilización nacional». Debemos tomar «medidas preparatorias para permitir que nuestras sociedades se pongan en pie de guerra. Tal acción no es simplemente deseable, sino esencial». Cita el ejemplo de Suecia, que acaba de reintroducir una forma de servicio nacional a medida que se acerca su adhesión a la otan.

«Ucrania demuestra brutalmente que los ejércitos regulares inician las guerras, pero son los ejércitos de los ciudadanos los que las ganan».

Así que incluso una eventual paz en Ucrania no significa el fin de la guerra, que, por el contrario, será la idea rectora de todas las opciones económicas, políticas y sociales del futuro, porque, dicen, debemos luchar contra Rusia, pero se refieren a China. La destrucción creciente de hombres y cosas sigue siendo el objetivo de la acumulación originaria.

Las guerras tienen también una función económica fundamental porque son, junto con las innovaciones tecnológicas (máquina de vapor, ferrocarriles, automóviles, etc.), estímulos externos fundamentales contra el estancamiento típico de las economías dominadas por los monopolios.

 

Y finalicemos con lo que puede ser una especie de síntesis de su análisis sobre la posibilidad de esa guerra civil mundial:

 El verdadero problema para los capitalistas y los Estados no es la guerra, que en realidad es el medio por el cual regulan su competencia por el poder y constituye una fuerza económica que regula el ciclo de acumulación de ganancias, sino la guerra civil, especialmente cuando se presenta como lucha de clases. Fue la guerra civil, expresión de la lucha de clases, la que hizo saltar por los aires la división entre exterior e interior sobre la que se había constituido el poder del Estado moderno: pacificación de la guerra civil —es decir, de la lucha de clases interna, integrada en la producción y reproducción del capital— e inversión de la violencia en el exterior de la guerra entre Estados (nacionalismos). Desde principios del siglo xx, la guerra entre Estados y la guerra civil se volvieron completamente porosas.

La guerra y la guerra civil son los signos de la repetición de la acumulación originaria, capaces de determinar la transición de un modo de producción a otro, de una forma de acumulación a otra, porque, juntas, constituyen las fuerzas destructivas del viejo orden y constitutivas de un nuevo Nomos mundial de mercado. No hay poder constituyente sin guerra y guerra civil, sin organización de la potencia y acumulación de fuerza. Desde el siglo xx, las guerras también tienen la capacidad, por primera vez en la historia, de producir la destrucción absoluta de la humanidad; el armamento nuclear es testigo de esta posibilidad siempre presente Hoy estamos completamente dentro de esta transición por la que la eliminación de la acumulación originaria y su repetición significan la negación de la guerra civil, la guerra de conquista y la guerra entre Estados.

No hay producción sin acumulación originaria de fuerza económica, política y militar, no hay producción sin apropiación previa de recursos y seres humanos, no hay producción sin sometimiento de estos últimos y su transformación en obreros, esclavos, mujeres (en subjetividades funcionales a la acumulación y la reproducción), no hay producción sin una división que establezca quién manda y quién obedece en el mercado mundial. Comenzar el análisis directamente desde la producción o desde la reproducción es centrarse exclusivamente en las «fuerzas productivas» y las «relaciones de producción», una especie de economicismo característico del marxismo occidental de posguerra, del que también forman parte, a su manera, el obrerismo y el postobrerismo.

La partición y la apropiación no surgen de modo inmanente de la producción capitalista, de la tecnología o de las fuerzas productivas. Al contrario, estas guerras estallan porque la mundialización del capital no puede completarse, porque la acumulación no logró establecer la hegemonía del capitalismo estadounidense sobre el mundo; al contrario, hizo emerger la fuerza de otros capitalismos y de otros grandes Estados. Capitalismos más o menos liberales, capitalismos más o menos estatales, en cualquier caso, todos capitalismos políticos, irreductibles solo a la economía (el poder acompaña al beneficio, al monopolio de la fuerza, a la propiedad) y todos compitiendo entre sí, profesando ideologías unas más reaccionarias que otras (autoritarias, ultraliberales, fascistas, fundamentalistas cristianas, islámicas, judías, etc.).

No debemos detenernos en este nivel geopolítico de análisis, sino —como hicimos en el siglo xx—, captar el conflicto de clases, el punto de vista del proletariado mundial, en esta pugna por la hegemonía en el mercado mundial.

 

Acabemos esta entrada, como la empezamos, con otra referencia del autor a Aimé Césaire, en unas palabras cuyo análisis profundo haríamos bien en no rehuir:

 Sobre lo que debemos reflexionar es sobre la afirmación de Aimé Césaire según la cual esta violencia, que hoy debe considerarse a la vez neocolonial y violencia de la colonización generalizada ejercida por los Estados y por las clases políticas y empresariales occidentales, «trabaja para descivilizar al colonizador, para embrutecarlo, en el sentido exacto de la palabra, para degradarlo, para despertarlo a sus instintos escondidos, a la codicia, a la violencia, al odio racial». El «colonizador» del centro que se acostumbra a «ver la bestia en el otro, a tratarlo como a una bestia, objetivamente tiende a transformarse en bestia». Las palabras del poeta han conservado toda su actualidad: los palestinos siguen siendo clasificados como «bestias salvajes» por el Primer Ministro Netanyahu y «animales humanos» por el Ministro de Defensa, Yoav Gallano. Un ministro socialista francés definió a los banlieusards como «sauvageons» (pequeños salvajes).

Esta violencia de la «colonización generalizada» —de la que Israel es uno de sus ápices— está destinada a regresar y a hacer estallar la civilización que la produjo. Europa acabó así, ¿Estados Unidos también acabará así? La actual guerra mundial y civil puede leerse desde este punto de vista.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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